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En el centenario de Emilio Romero
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En el centenario de Emilio Romero

Actualizado 21/11/2017
Fernando Robustillo

En el año actual, por diversas causas, no son pocas las retrospectivas que se están realizando sobre los años de la transición. El jueves laSexta emitió el primer programa de una serie documental que comienza en 1977 y año tras año nos traerá hasta el pre

En el centenario de Emilio Romero | Imagen 1Como sería totalmente imposible hablar de cada uno de los personajes que tuvieron cierta relevancia en el cambio de régimen, ya fuera por su apoyo o intransigencia, traemos hoy aquí a quien en el presente año hubiera cumplido cien años de vida y que fue cesado por Suárez, paisano suyo, en 1976 por "haber abierto la Prensa del Movimiento a la información y a las opiniones". (Esta opinión era el romero oloroso que expelía don Emilio sobre su cese).

Por supuesto, en el presente año, sobre todo en Arévalo, su pueblo, se habrán realizado homenajes por el nacimiento de su bienquerido hijo don Emilio. Pero a nivel nacional, si pensamos en sus años de esplendor, a él le hubiera sido inimaginable que llegado 2017 hubieran sido tan cicateros con quien durante muchos años fuera "el cuarto poder" de la época franquista.

Recuerdo a don Emilio, con aquellas eruditas gafas negras, dar la cara a toda pantalla en su sección de "El Gallo" en TV1 -recordamos que sólo existía otro canal, que era el UHF- hablando de lo humano y lo divino con su habitual engolamiento, sabiduría o demagogia, ¡vaya usted a saber!, pero nuestra inteligencia no daba para tanto y al poco de escucharle salíamos en desbandada: "vámonos de aquí, que este señor esconde demasiado y yo no le entiendo absolutamente nada".

Y por pura lógica, si la juventud de entonces no le entendía en aquellas disertaciones, no esperemos que los padres o abuelos de la juventud de hoy, que éramos la juventud de entonces, hayamos explicado bien a nuestros hijos quién fue don Emilio Romero. Quizá todo quede reducido a la palabra "facha" sin mayor explicación. Aunque algunos, lectores impenitentes de periódicos y seguidores de "el butanito" en su primera época, terminamos por conocer a don Emilio un escaloncito más.

Así, a nuestro modesto entender, la televisión le perjudicaba. Y como aquello ocurría en el tardofranquismo, con el escepticismo como moneda de cambio, flaco favor le hacía que nos quedáramos para siempre con aquella imagen en blanco y negro de su persona, pues siendo justos, aunque Emilio Romero fue muy contradictorio, hay que reconocer que su diario, el vespertino "Pueblo", del que era director, fue un periódico mucho más moderno que otros importantes de la época, "Ya" o "ABC", por ejemplo.

Tenía don Emilio Romero una habilidad innata en rodearse de lo más reputado de la farándula: hosteleros, marquesas, bailaoras (presuntamente tuvo un "rollete" con "La Polaca"), futbolistas, toreros, actrices, etc., y hasta en la profesión periodística, dado el inmenso poder que detentó en la Falange, además de ser delegado nacional de Prensa y Radio del Movimiento por Ávila y procurador en Cortes, quizá por miedo, nadie le daba una negativa y casi todos los periodistas, como si fuera el pastor al que seguir, se enorgullecían de tener afinidad con su persona. Por tanto, no fue difícil que fuera reconocido por la inmensa mayoría como "maestro de periodistas".

Encantado de conocerse, aparte de su labor periodística, no era raro verlo convertido en un famoso más, digno de atender entrevistas en las que mostraba su proverbial agudeza. Luis Otero, un audaz periodista-reportero de "Interviú", una vez cesado don Emilio al mando de la Radio y Prensa del Movimiento, le pidió que se definiera, que dijera quién era en realidad don Emilio Romero. Esta fue su respuesta: "Yo soy dos: uno fantástico, idealista, soñador; otro moderado, práctico, a quien han querido enseñar -sin mucha suerte- a ser cocodrilo. Los dos se pasan el día discutiendo, y siempre gana el primero. No me pueden pedir los infieles fidelidad, como no pueden pretender las prostitutas un marido de las Congregaciones Marianas".

Lo anterior es un ejemplo de lo que Unamuno señalaba en "Tres novelas ejemplares y un prólogo" como un acierto -aunque incompleto según él por faltarle un cuarto: "el que se quiere ser"- del escritor norteamericano Wendell Holmes: "Cada uno de nosotros lleva en sí tres Juanes: Juan tal cual es, Juan tal cual se cree ser y Juan tal cual lo creen los demás. Somos, en efecto, de un modo; creemos ser de otro, y los demás nos creen de otro". En este último caso, el pueblo veía a don Emilio demasiado franquista.

Por tanto, lo mejor sea quedarnos con la pragmática. Y autorizado para decir lo que a él le viniera en gana, alguien tendría que venir de fuera para corregir a don Emilio. Este fue el caso de Max Aub cuando en 1969 visitaba España después de treinta años de exilio. Así le recibía don Emilio Romero en un artículo: "Max Aub, nacido en París, de padre alemán, madre francesa, escritor español y ciudadano mejicano, vino a España con aire descalificador de casi todo?". A continuación, el señor Romero nombraba una serie de personajes de la literatura, ciencias, etc. del interior que, según él, eran incomparables, por mejores, respecto de los que un día se marcharon (hacía mención de algunos nombres), pero no nombraba ningún poeta, y Max Aub le contestó en la revista "Triunfo", con fina sutileza, sobre nombres de poetas que murieron o tuvieron que exiliarse: "Supongo que el maestro Romero calla los poetas porque todos saben que cualquiera de los actuales puede compararse con Juan Ramón, Guillén, Salinas, Garfias, Federico, Alberti, Cernuda?".

Don Emilio Romero falleció a la edad de 85 años, en 2003, luchando por un lugar en la democracia que se le negaba, ya que no quería darse cuenta que en la tarde del 23-F, cuando se puso en contacto con el golpista García Carrés, presuntamente para ayudar, había perdido el poco crédito que le quedaba. Era su última oportunidad para construir una "democracia" de arriba hacia abajo, como señalaba recién fallecido Franco. Y aunque la mayoría de sus amigos le dieron la espalda, otros abrieron las páginas a sus opiniones -moderadamente pulidas en democracia- en varios diarios; acertadamente, pues don Emilio nunca debería haberse distraído de lo que realmente era: un buen periodista.

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