Las cosas del pensar

En nuestro país pensar está penado. A los niños que no obedecen las indicaciones de sus maestros les envían "al rincón de pensar". Un castigo que da mucho que pensar. O no.

Aquí somos más de apuntarnos a lo que digan los nuestros, que eso de pensar es cosa harto complicada y, además, sólo trae complicaciones. Si estás en la escuela y haces una trastada, te castigan a pensar. Si eres adulto y te da por pensar, te castigan señalándote porque no eres ni de los unos ni de los otros. Y eso sí que no. En esta España nuestra tan bipolar y de ir a la contra, uno no puede darle al magín y expresar sus propias ideas. Eso se considera el peor de los pecados: la equidistancia, la neutralidad, la tibieza, la confusión, el no tener las cosas claras y el ser un ecléctico que lo único que busca es llamar la atención no alineándose en una de las dos únicas trincheras donde, por supuesto, te lo dan todo pensado. Es lo que pienso.

Con el asunto este de Catalunya lo que leo, veo y escucho es de uno u otro bando. Pareciera que pensar fuese una actividad tan sobrevalorada que sus consecuencias, las que tienen que ver con el sentido común, nos sorprenden cuando algún héroe marginal de los que no viene ya pensado logra saltarse los filtros y dejar su punto de vista al alcance de los que nos resistimos a tomar partido por una de las dos posturas que nos han presentado como distintas y que no dejan de ser la misma. Que sí, que los extremos se tocan. En el fondo y en la forma. Que los nacionalismos se curan viajando. Que hablando se entiende la gente. Y que las leyes están para favorecer la convivencia, no para alterarla.

Resulta que no se elige ser de uno u otro país. Que las fronteras sólo dan problemas. Que en un mundo cada vez más globalizado y en el que todo está tan al alcance de la mano lo que tenemos que hacer es superar las barreras, romper los muros, tender puentes, dejar de castigar a los que no tuvieron la suerte de nacer bajo una bandera donde nadie se muere de hambre. Y pensar. Y sentir.

Lo de castigar a los críos al rincón de pensar es algo que me preocupa. Creo que sería mejor llamar a ese rato de soledad, en el que el niño reflexiona sobre las consecuencias de sus actos, de otro modo. En los centros penitenciarios ?las cárceles de toda la vida de dios- se utiliza este mismo castigo. Allí lo llaman "aislamiento". Y es que no hay mayor castigo que la soledad no querida, que la falta de comunicación impuesta, que el que te separen de los demás sin que lo desees.

Al final, como casi siempre y casi todo, es una cuestión de voluntad. Son las cosas del querer. Y del pensar.