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El ruido y la furia
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El ruido y la furia

Actualizado 12/08/2017
Ángel González Quesada

Con notable alharaca, variadas admoniciones y discursos de maestrillo, las autoridades patrias reaccionan contra eso que ha venido a llamarse "turismofobia" y que consiste en cuestionar, digamos empíricamente, la masificación turística (de un cierto tipo de turismo) en algunas zonas del país. Pintadas, pegatinas, manifestaciones y acciones públicas de todo tipo sustancian la explicitación de lo que desde hace años venía siendo clamor en muchas zonas del país, arrasadas literalmente por un turismo masivo de salvaje depredación: la destrucción de la normal convivencia y la grave alteración de la vida y hasta la salud de los habitantes de las zonas tomadas al asalto por ese turismo de borrachera, griterío, fuente de basura, incivismo y mal gusto.

A la codiciosa llamada que, en España, las empresas turísticas y de hostelería en general han venido haciendo urbi et orbi durante décadas sin acompañarla de medida alguna de racionalidad y mantenimiento, ha respondido una masificación turística no precisamente de calidad, sino justamente lo contrario, cuyo exceso ha encendido ahora las alarmas no sólo del agobio y la exageración y la carencia de recursos de respuesta habitacional y de espacio, sino todas las del empleo basura, la especulación inmobiliaria, la restauración pirata, el ruido, la pérdida de la esencia de espacios y lugares justamente antes puntos de atracción y hoy repelentes por su exceso y falta de planificación en, precisamente, serlo.

Espacios naturales de gran belleza (gargantas, riachuelos, valles o montañas) hoy colonizados por masas de basureadores del plástico, el vocerío y la vulgaridad, que han sido ya vetados de disfrutar a sus vecinos naturales de siempre, que renuncian a ellos, convertidos en algo diferente a lo que conocieron toda la vida; ciudades cuyo paradigmático encanto se ha visto anulado por la masificación de rebaño y la carencia de la mínima comodidad en su visita, y que han hecho huir a sus vecinos y habitantes que, precisamente, constituían parte esencial de aquel encanto hoy convertido en pura memoria y postal; pueblos masificados que cambian sus hábitos, con la boba anuencia de sus autoridades, por el ruido, la basura, el alcohol y la pedestre incultura de los vacacionales y despectivos visitantes; rutas naturales del ensueño de vivir la Naturaleza, hoy chabacanos desfiles de un turisteo ignorante, vocinglero, infantiloide e imitador, pendiente de la fotografía, el posado y el bocadillo; paseos marítimos transmutados en territorio de peleas de borrachos durante toda la noche; museos abiertos a lo snob que buscan la cola interminable, franquicias de alimentación y ocio convertidas en puntos de atracción del ruido y la furia..., y la vulgaridad; ayuntamientos grandes y pequeños que programan fiestas de alcohol o concursos, certámenes, encuentros o eventos donde la bestialidad, el ruido, la ebriedad y la falta de racionalidad priman sobre cualquier otra consideración... y más y más, y no sólo en verano, que ya no tiene la exclusiva de ser el tiempo de la estupidez, hacen que algunas de las protestas que se están sucediendo y creciendo en muchos lugares no puedan ser cuestionadas tan radicalmente como hacen algunas corbatonas autoridades.

No será desde estas líneas desde donde se aliente ni la violencia ni la agresión contra persona o cosa alguna. Pero si la avaricia, el egoísmo, la rapacidad, la falta de mesura y la glotonería capitalista no han sido capaces siquiera de refrenar su propia codicia en cuanto al turismo se refiere, y han convertido la vida de trabajadores precarios en explotación y necesidad constante, la de vecinos de ciudades y pueblos en ruido permanente y suciedad y falta de calma y silencio, y en general la vida de ciudadanos pacíficos en una suerte de condena interminable al mal gusto, quizá sea la hora de plantearse que la rebelión de esos mismos perjudicados contra la masificación chabacana y sucia del turismo masivo y de borrachera y basura y ruido y desprecio y grosería, no sea, como alegremente se califica, tan absurda.

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