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Barcelona 92 contado a los que no lo vivieron (I)
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Barcelona 92 contado a los que no lo vivieron (I)

Actualizado 22/07/2017
Tomás González Blázquez

Barcelona 92 contado a los que no lo vivieron (I) | Imagen 1

Cada generación guarda en su memoria unos hitos colectivos ocurridos durante la infancia que, con toda naturalidad, alcanzan la categoría de mitos. Se recuerdan a partir de algunas verdades objetivas y de otras pocas circunstancias, leyendas y detalles menores. Y siempre, sin excepción, se terminan narrando en repetidas ocasiones, se obsequia a los que no los vivieron con un relato trufado de nostalgia y se vuelve a menudo sobre ellos como en un intento de saborearlos otra vez. Si mi padre me enseñó aquella secuencia armónica, triunfadora y venerable de "Iríbar, Rivilla, Olivella, Calleja, Zoco, Fusté, Amancio, Pereda, Marcelino, Suárez y Lapetra", supongo que no me resistiré a contar a mi hijo las dieciséis jornadas olímpicas de 1992 en Barcelona, que seguí por televisión antes de cumplir los diez años pero recuerdo como si hubiera estado en el estadio de Montjuic, en el velódromo de Horta, en las piscinas Picornell, en el palau Sant Jordi o en la noche memorable del Camp Nou.

LOS JUEGOS DE ESPAÑA EN UN MUNDO CAMBIANTE

1992 estaba marcado en rojo en la agenda de una España adentrada en la crisis económica y atareada en la lucha contra el terrorismo de ETA. Celebrábamos, pese a ello, quinientos años de una empresa grande que Ridley Scott tituló "La conquista del paraíso". Hubo Expo en Sevilla, hubo capitalidad cultural europea en Madrid (a Salamanca le tocó esperar y conformarse con una feria ganadera, universal como la exposición sevillana? pero menos universal), y a Barcelona se le logró el sueño de acoger las Olimpiadas. Hubo Curro, Cobi? y Urio.

Fueron los primeros Juegos de España y, hasta el momento, los únicos. Dijo Samaranch en la clausura del 9 de agosto que fueron los mejores de la historia, y aunque luego lo repetiría en Sidney, sabemos que la frase tiene su lugar preciso junto al Mediterráneo. Los de Barcelona fueron los Juegos de España. Por medallero, donde nuestro equipo fue sexto, y sobre todo, por eficacia organizativa e implicación social de toda la nación con la ciudad anfitriona a la cabeza. Los Juegos fueron una fiesta y perduraron, dieron fruto, sirvieron. Muchas ediciones previas no habían podido decir lo mismo y varias de las siguientes resultaron ocasiones perdidas. Barcelona aprovechó su momento concreto en una historia mundial que despedía a la Unión Soviética, cuyos deportistas compitieron bajo bandera olímpica con el nombre de Equipo Unificado, primer clasificado en el medallero, y recibía a la reunificada Alemania, demolido el muro de Berlín y alegre la libertad de un pueblo separado. Esos mismos sentimientos suscitaba el regreso al movimiento olímpico de la República Sudafricana, desvanecidas las vergonzantes barreras raciales. Por el contrario, la guerra impedía que Petrovic, Radja o Kukoc compartieran camiseta con Divac o Paspalj. Yugoslavia, potencia por equipos, ya no existía. La bandera de Checoslovaquia, heredada por los checos, desfiló por última vez, portada en la ceremonia inaugural por un eslovaco, el luchador Lohyna, medallista de bronce en Seúl. El mundo cambiaba aquel inolvidable verano del 92 al ritmo rumbero de "Amigos para siempre".

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