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El fiscal que nunca debió estar allí
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El fiscal que nunca debió estar allí

Actualizado 02/06/2017
Marta Ferreira

El fiscal que nunca debió estar allí | Imagen 1

Tras apenas tres meses de ejercicio, Manuel Moix, fiscal anticorrupción, ha tenido que dimitir de su cargo. No le quedaba otra. El partido en el Gobierno le había abandonado a su suerte, y al fiscal general del Estado solo le ha sido posible recoger la carta. En verdad, es como si al PP le crecieran los enanos, pero le crecen por su torpeza en materia judicial, entorpeciendo la independencia deseada e impulsando la mediatización. La penúltima que hemos conocido son los ascensos a los magistrados Concepción Espejel (ascendida a presidenta de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional) y Enrique López, ambos recusados en el caso Gürtel que afectaba al partido en el Gobierno que no aceptaron y finalmente confirmados en su exclusión del asunto por sus compañeros (aquella herida sangra todavía, es como si hubieran echado sal sobre ella, y lo de ahora pretende aliviar viejos dolores, que nunca acaban de desaparecer del todo). ¿Cómo no llevarse las manos a la cabeza en esta materia? La política judicial sigue haciendo de las suyas y las decisiones se toman por el color político (o afinidades) de los magistrados: ascienden no los mejores sino los mejor situados para recibir el apoyo de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, elegidos mayoritariamente (¡qué vergüenza!) por los dos partidos dominantes.

Y en el caso de Moix se veía venir. ¿Cómo olvidar la obscena charla entre Ignacio González y Eduardo Zaplana, en el que el madrileño se refería a la elección de Moix como, si sale, de "cojonudo"? No hay por donde cogerlo. Moix era el candidato "ideal" del PP para combatir la corrupción, pero todo se jodió cuando se demostró que él mismo estaba implicado en conductas que distaban mucho de ser ejemplares ante los ciudadanos en esta materia. El fiscal no cometió ninguna ilegalidad, ningún delito, y por eso ahora volverá tranquilamente a su fiscalía en el Tribunal Supremo, donde disfrutará de tranquilidad y buenos alimentos. Pero no había por donde salir cuando se supo que su padre les dejó, a él y a sus hermanos, un chalet en Collado Villalba del que era titular una sociedad específica ("offshore", las llaman) de Panamá. Se echó todo el mundo a temblar, se cayeron los palos del sombrajo, y Moix supo que ya era un cadáver,hasta que ayer dimitió. ¿Qué podía hacer el hombre? Nada: pues procedió, como hombre de orden que es.

En el ínterin hubo decisiones por su parte, discutibles, dejémoslo así. Por ejemplo, querer cepillarse a los fiscales del 3% en Cataluña, o enfrentarse a la mayoría de fiscales en su organización que discrepaban del "jefe". El fiscal general del Estado tuvo que envainársela y aceptar que Moix se había equivocado. Otro en su lugar habría dimitido ese mismo día.

Evidentemente: es una grave derrota para el PP. Pero esto que escribo, me doy cuenta, es un escándalo. Los fiscales no son los criados del Gobierno, sino juristas por oposición que deben defender el imperio de la ley. Eso de que los fiscales están al servicio de la política judicial del Gobierno de turno, es una tremenda barbaridad. Vuelvo a repetirlo: están al servicio del Estado y deben defender la ley, su aplicación recta, y oponerse cuando esto no sea así. ¿Idealismo angélico? No, justicia, pura y dura.

Moix no lo entendió. Por eso ya está fuera. Claro: debió decirle al fiscal general que lo nombró que su techo no era de cristal. Que no era ejemplar. ¿El siguiente será Maza?

Marta FERREIRA

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