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Se buscan

Actualizado 27/04/2017
Juan José Nieto Lobato

No se confundan. Si su pareja sale a correr a menudo, acude al gimnasio con cierta asiduidad, se desplaza en bicicleta en distancias razonables, tiene el carné de la piscina y de vez en cuando lo utiliza, juega pachangas con sus amigos o amigas, disfruta probándose complementos como rodilleras o muñequeras aunque no tenga ningún dolor y siente que debería pasar por el fisio a que le suelte un poco la espalda, usted no tiene un deportista en casa. Usted convive con alguien que hace deporte, que se cuida, que tiene a la vida saludable en un puesto privilegiado de su escala de valores.

Ser un deportista es otra cosa, supone aunar toda una serie de principios que ni siquiera muchos profesionales reúnen. Uno distingue a un deportista dentro y fuera de la pista, en acciones cotidianas como la compra diaria, el encuentro casual con los vecinos o en la disciplina con la que cuida su alimentación y descanso. Al deportista se le reconoce cuando gana 3 a 0 y pelea cada balón por respeto al rival. O cuando pierde por idéntico marcador y sigue luchando por cada pelota por respeto a sí mismo, a sus compañeros y al juego. Al deportista se le distingue el primer día de la pretemporada, al que llega en perfectas condiciones y también el último, en el que agota la última gota de combustible mientras alguno de sus amigos todavía está por despeinarse.

El deportista escucha con atención y humildad. De todos sus entrenadores ha aprendido algo, de ninguno habla mal. El deportista siente rabia cuando las cosas no salen como espera, pero enseguida se da cuenta de que siempre hay una siguiente acción, un próximo partido. El deportista de verdad tiene una alta resistencia al dolor físico y moral, un conocimiento de su disciplina que va más allá de la experiencia acumulada, que procede de la obsesión con la que la vive y siente. El deportista, si lo es de una actividad de equipo, es antes generoso que egoísta, es antes amigo atento que juez.

Efectivamente. Quedan pocos. Son pocos los que reúnen cualidades tan concretas y exigentes, los que se entregan de manera tan honesta y sincera a una actividad que implica tantos sacrificios. Efectivamente. Son cada vez menos. A pesar de que las cadenas de ropa deportiva facturen como nunca y las zonas verdes estén repletas de gente corriendo o montando en bicicleta. Lo cierto es que el deporte se ha convertido en un mecanismo, un paso intermedio hacia un fin que tiene que ver más con el hedonismo que con el estoicismo que implica el deporte y que no deja de ser otro camino, puede que más enrevesado, hacia la felicidad. Aunque resulte muy difícil de entender.

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