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La buena gente
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La buena gente

Actualizado 28/01/2017
Fructuoso Mangas

Esto es un elogio, un elogio de la gente. De toda la gente normal, honesta, buena, de diario? Y es la inmensa mayoría de la población española. Y esto no me lo estoy inventado, al menos por donde yo me muevo, y me muevo bastante, la gente casi siempre e

Me despierta cada mañana la radio con una de las cuatro o cinco emisoras que tengo predeterminadas, da igual la que sea porque no pasan treinta segundos y ya estamos metidos en la harina ajena y lejana de todos los días con sus aventurados y desventurados comentarios. Y da lo mismo que se trate de un programa de corte ligero, de sesudos contertulios o de simple listín de noticias. Es que no falla, te levantas pensando en tu jornada, en principio honrada y trabajada, y se te encrespa el ánimo con los juegos del político que hace sus declaraciones, con el comentario agraz y torpe de una voz dura que no sabes si cree en algo o con la fila de noticias ya machacadas el día anterior y masticadas de nuevo como si no sucediera nada de otro aire ni existiera ciudadano alguno de otro perfil y como si aquello a esas horas del nuevo día le pudiera interesar verdaderamente a algún escuchante. Cuentan y cuentan cosas pero la gente, lo que se dice la gente, no aparece ni cuenta. Y sin embargo en un ejercicio de paciencia empedernida al día siguiente caigo en el mismo pozo. Cualquier día me paso al hilo musical, me digo.

A media mañana puedo repasar a saltos la prensa y saco la impresión de que hablan demasiado de lo que debían hablar más bien poco y callan lo que debiera ser destacado y propuesto a una ciudadanía que anda metida en la vida con buenas y normales intenciones. Y se da el caso, casi diariamente comprobado, de que esa misma impresión es la que vengo sacando desde que tengo uso de razón social y pública. O no sé leer o no me han educado para que sepa o los que me dan el material lo hacen mal; no sé si premeditadamente mal (¡qué alevosía sería!), pero sin duda mal y bien mal. Parece que lo importante para mí y para mis vecinos es si hay primarias o no, si serán dos o veintidós los pretendientes, si el Dow Jones sube o se queda, si riñen o se besan, si dijeron o sugirieron o susurraron no sé qué en algún sitio? Es difícil encontrar diez líneas o diez palabras interesantes para la gente interesada por la vida de la gente. Siempre envidié el trabajo de cualquier periodista por elemental que fuera su aportación, pero cada vez veo más claro que hay que tener mucha resistencia y buenas tragaderas para andar por ahí y por allá olvidando a la ciudadanía. A mi edad no sería ya capaz de ello, me temo. A pesar de tanta rebaja, bendito trabajo?

A lo largo del día ese ciudadano de pie normal se relaciona con bastante gente, en tareas de trabajo y en ratos de estricta conversación ocasional. Pero ya sabe que en esos espacios, que podrían tener algún peso y hasta ser significativos, está legítima y terminantemente prohibido hablar de nada de calidad en cualquier sentido, desde la religión hasta el sexo o desde la economía hasta la situación de tanta gente en pobreza. Para eso están recursos de conversación banal, si no idiota, como el Real Madrid o el Guijuelo o la gripe y el frío que hace hoy o el gobierno. Y con este parco alimento el ciudadano X sostiene su necesidad de homo sapiens de comunicarse, juzgar, contrastar y crecer en saberes y juicios. No hay quien dé menos, pero no hay nadie más. O al menos ni está ni se le espera. Y por favor, políticos en tromba, abstenerse?

Y llega ese ciudadano, con su carga personal, a su casa hacia el final de su jornada. Y además de hablar, repasar, comentar, acordar todo lo necesario y conveniente con los de casa, necesita descansar un poco el espíritu, airear algo la mente, despejar un poquillo la preocupación, estirar las piernas del alma y distraerse con algo. Y enciende el televisor; bueno, es un decir, el televisor lleva encendido todo el día haya o no gente mirando, interese o no lo que allí sale. Por eso no lo enciente, lo mira a ver qué hay, incluyendo la consiguiente zozobra familiar de qué canal se pone y al fin hace una pasada por media docena de canales. Y como ya viene con las fuerzas rebajadas de la brega del día se tiene que agachar, con alguna dificultad, para recoger el alma del suelo, porque se le cae el alma, efectivamente, al ver la basurilla más o menos brillante que le extienden por toda la rebanada televisiva que le ofrecen. Al final se quedan en un siniestro concierto gótico en la 2 porque los chicos se empeñan y además no se podrá hablar de nada porque se entorpece la audición con cosas ajenas. Lo que faltaba para cerrar el día. Y se va a la cocina porque allí por lo menos se puede hablar con la abuela. Respira hondo, repasa los deberes con el pequeño, comenta los vaivenes de la jornada con su mujer y se le cierran los ojos sin querer.

Camino del dormitorio piensa que es inocente y que él no tiene la culpa de esta birria de producto social que le ofrecen los productores sociales del día y de parte de la noche. A punto ya de quedarse dormido se pregunta por enésima vez si tiene que ser tan difícil vivir cada día con normalidad humana y poder sentirse inteligente y realizado. Pues sí, tan difícil es?

Estrambote (en sentido lato)

No debe ser tan fácil, cuando nada menos que un prior y que además me consta que es buena gente no cumple con una poda pendiente de los árboles que nos tapan las ventanas (ay, matómela un ballestero?) de nueve residentes. ¡Ay!

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