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En respuesta a "La Transición y mi generación"
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En respuesta a "La Transición y mi generación"

Actualizado 26/01/2017
Gustavo Hernández Sánchez

Por Julio Mateos (Fedicaria-Salamanca)

Leí lo que en esta columna se escribió sobre la matanza de Atocha. Parece que en este aniversario se está prestando atención por distintos medios a aquellos asesinatos y otros habidos por las mismas fechas. Desde luego aparecen varias versiones y entre ellas la complaciente con la transición y el presente constitucional (y constitucionalista) y otras visiones críticas como la que se presentaba la semana pasada en este espacio digital. En varios aspectos y párrafos comparto el análisis que de la Transición se hacía. No obstante matizaría una idea implícita en el texto porque me parece que responde a una falsa ilusión del PCE ya presente en la transición. Me refiero a cuando se afirmaba:

«Hoy es necesaria una ruptura democrática, aquella que crímenes como los de Atocha evitó... Pero yo pienso en Portugal, donde sí que hubo una ruptura con la dictadura de Salazar y veo que al final han ido a tropezar con la misma piedra: el maldito capitalismo, esa hidra de mil cabezas, parece ganarnos la partida siempre. Debemos re-pensar nuestra historia, adaptarnos a los nuevos contextos.»

La falsa ilusión formulaba que la "conquista" de las libertades democráticas conduciría por una lógica histórica que, sin lugar a dudas y dada la valoración que el Partido hacía de sus propias fuerzas y de las de otros partidos, conduciría a un desarrollo democrático de progresivo avance hacia el socialismo. Fue un error de cálculo. Lo que genéricamente llamamos democracia puede conducir con bastante facilidad a sociedades más justas o todo lo contrario; a profundizaciones en una democracia político-social o a nuevas manifestaciones del neoliberalismo; al imperio de lo público o de lo privado (y no solamente en relación a la propiedad). Y lo que es más grave, la aporía más severa: una democracia en la cual pueden acomodarse con ostentación las fuerzas más reaccionarias que se vislumbran en un horizonte cercano, puede conducir a un remozado fascismo. En fin no es un disparate pensar que determinadas formas y determinados contextos de desarrollo de la democracia pueden contener en su vientre la bestia de su contrario.

Otra vertiente para la reflexión a la que conduce el texto citado: el esquema de que el capitalismo es la "piedra" culpable, el muro o camaleónico bicho siempre ganador que exige re-pensar la historia y las necesarias adaptaciones para enfrentarse a él se me antoja poco consuelo. Pero, claro, en esas preocupaciones estamos los demás.

Personalmente me encuentro más conforme con las luchas concretas, frente a injusticias y dominaciones concretas y al decir esto no me refiero a tal o cual reivindicación de Amnistía Internacional (o cosas similares), sino a luchas como la de ganar en elecciones, en la calle y en medios de comunicación al PP y Ciudadanos (y desde luego al PSOE superviviente, como necesaria profilaxis). E igualmente vería interesante muchas batallas más en las que siempre pueden comparecer cuerpos guerrilleros muy diversos. El problema está en los soñadores que sueñan con constituirse en el Estado Mayor de todas esas luchas y de ello trata, aunque no a fondo, la otra parte del escrito de Gustavo Hernández. El tema de las identidades políticas, los "yoes", los liderazgos, etc. es un capítulo tan viejo como necesario de abordar a fondo. Me temo que es esta una perniciosa tendencia que inunda, desde antiguo, muchas organizaciones humanas. Incluso las que se postulan como más vírgenes, parece que no están exentas de que entre sus cúpulas y estratos secundarios emerja la vanidad con consecuencias funestas para la causa. Pero este es asunto que da para comentarios, más finos, que no caben ahora aquí.

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