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Pequeño diccionario de la esperanza (Misericordia et misera)
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Pequeño diccionario de la esperanza (Misericordia et misera)

Actualizado 23/11/2016
Juan Antonio Mateos Pérez

Una vez alejados los demás, quedaron solos la miserable y la misericordia. Y el Señor le dice: ?¿Nadie te ha condenado? Le respondió: ?Nadie, Señor. ?Tampoco yo, le dijo, te condeno; vete y en adelante no peques más. (San Agustín, Serm. 302, 14)

Francisco acaba de publicar la Carta Apostólica "Misericordia et misera", cerrada la Puerta Santa, no ha terminado el tiempo de la misericordia. Comienza la Carta con un texto de los sermones de San Agustín, el centro de la escena de Jesús y la adúltera, entre "misericordia et misera", subrayando que el protagonista no es la ley o la justicia legal, sino el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona. La misericordia es el primado de todo, es es la base del perdón y la liberación, es la que reviste de caridad, y con la que se puede mirar más allá y vivir conforme al amor. La misericordia es alegría, abre las puertas de la esperanza, de todo hombre alegre brota el bien decía el Pastor de Hermas. Solo desde la alegría se descubre la profundidad de la existencia, nos recordaba E. Bloch en su principio esperanza, mientras podamos pensar siempre se despliega la esperanza.

Misericordia y esperanza, son dos los protagonistas que nos presenta Francisco. La esperanza en la misericordia abre horizontes y libertades. La virtud de la esperanza nos hace ver la belleza de Dios más allá de las incertidumbres y los problemas. Un cristiano tiene convicciones más fuertes, mientras podamos amar siempre podemos desplegar la esperanza. El vacío de nuestras sociedades tecnificadas puede ser colmado por esa esperanza que brota del corazón y la alegría que brota de ella, por eso se necesitan "testigos de la esperanza" en la epidemia que sufrimos de melancolía, tristeza y soledad. La alegría y la esperanza del cristiano, brota del resucitado. El cristianismo es Buena Nueva de la cercanía de un Dios que nos ama: «Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22).

Es momento de mirar al futuro, dice Francisco en su Carta, pero es necesario vivir la misericordia para que las comunidades puedan realizar una renovación pastoral, sean dinámicas y vitales en la nueva evangelización. Para ello propone celebrar la misericordia, que no solo se evoca, ésta se recibe y se vive. Propone espacios privilegiados para su celebración como la Eucaristía, lugar privilegiado de la misericordia de Dios. Los sacramentos, sobre todo los llamados de sanación, la Reconciliación y la Unción de los enfermos. La oración, mientras invocamos con fe, viene concedida la misericordia, ya que antes del pecado, primerea y abunda el amor de Dios. La escucha de la Palabra, en la celebración eucarística se da un diálogo entre Dios y su pueblo, en él se recorre la historia de la salvación cono incesante obra de misericordia. En este aspecto recomienda la buena preparación de la homilía y la predicación, que será más fructífera, cuanto más experimente el sacerdote la misericordia, camino seguro para que llegue el auténtico anuncio de renovación pastoral.

Es necesario para la celebración de la misericordia, el conocimiento, la difusión y la celebración de la Palabra de Dios, para que ayude a comprender el misterio de la misericordia. Propone dedicar un domingo enteramente a la Palabra de Dios que animen a los creyentes a ser instrumentos vivos de la transmisión de la Palabra, desplegar para ello iniciativas creativas, sobre todo la lectura orante (lectio divina) sobre los temas de la misericordia.

La celebración propia de la misericordia es el sacramento de la Reconciliación, que debe encontrar un lugar central en la vida cristiana. Comenta que es necesario ser conscientes que a pesar de nuestras limitaciones y pecados, la gracia nos precede y adopta el rostro del amor. Este sacramento invita a experimentar la cercanía de Dios y nos ayuda a perdonar a los demás. Esta experiencia de gracia se ha evidenciado en la labor de los "Misioneros de la misericordia", han podido llevar a todos los rincones el amor y la misericordia de Dios que no pone límites a los que le buscan desde el corazón. Afirma Francisco, que este ministerio extraordinario no cesará y desea que se prolongue hasta nueva disposición, haciéndolo depender del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Pide a los sacerdotes que preparen con espero el ministerio de la Confesión, sean testigos de la ternura paterna, acogedores, con un corazón grande subrayando que cada penitente lo remite a su propia condición personal. Recuerda a los sacerdotes que ellos han sido los primeros en ser perdonados, testigos en primera persona de la universalidad del perdón, no existe precepto o ley que impida que Dios vuelva abrazar a todos lo que se lo piden de corazón. Quedarse en la ley, es banalizar la fe y la misericordia de Dios. Una ocasión propicia puede ser la celebración de la iniciativa 24 horas para el Señor en la proximidad del IV Domingo de Cuaresma.

En virtud de esa exigencia no poner obstáculos a la reconciliación, de acoger y llegar a la persona que abre su corazón, concede a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto. Insiste Francisco de forma intensa que el aborto es un pecado grave, pero con la misma o mayor fuerza insiste que la misericordia de Dios es siempre mayor que cualquier pecado, principalmente cuando se pide desde el corazón no se puede negar. Amplía la absolución a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X (seguidores de Marcel Lefebvre), tendiendo lazos para que recuperen su comunión con la Iglesia católica.

Quiere enviar una palabra de esperanza a todos los que sufren y padecen, a todos los que experimentan la envidia, la traición, el dolor de la muerte de un ser querido. Una palabra de consuelo y esperanza para las familias, a pesar de la crisis que viven, es un lugar privilegiado para vivir la misericordia. Subraya que no se debe banalizar la muerte, escondiéndola o considerarla una simple ficción. Se ha afrontar y preparar como un paso doloroso pero lleno de sentido, como un acto de amor extremo a las personas que dejamos y hacia Dios, a cuyo encuentro nos dirigimos. Es importante la presencia del sacerdote en este momento límite, acompañando, ayudando a sentir cerca de la familia a toda la comunidad cristiana, preparando una pastoral animada por una fe viva que sea expresión de la misericordia de Dios.

Por último, recuerda a poblaciones enteras que sufren el hambre y la sed: niños que no tienen que comer; niños y niñas que sufren violencia, que les roban la alegría de la vida, rostros tristes y desorientados, esclavizados por el mundo moderno; inmigrantes que buscan alimento, casa y paz; nuevas formas de pobreza y marginación; personas que sufren en la cárcel. El individualismo, sobre todo en Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y de la responsabilidad. Para ello propone para recuperar ese sentido las obras de misericordia, dejar paso a la fantasía del amor, dar paso a iniciativas nuevas, obras nuevas fruto de la gracia. Las obras de misericordia tocan todos los aspectos de la vida de la persona, cuerpo y espíritu, no hay excusas para la falta de compromiso, ni adormecerse en la indiferencia. Se puede hacer una revolución cultural con simples gestos de misericordia.

Es tiempo de misericordia para todos, para que nadie quede fuera del amor y la cercanía de Dios, tiempo de misericordia para los débiles, para que los pobres sientan una mirada de respeto, para que el pecador sienta la mano del Padre que acoge siempre. A la luz del "Jubileo de las personas socialmente excluidas", Francisco ha querido establecer, la "Jornada Mundial de los Pobres", el domingo anterior a la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Una jornada para estar cerca de los más pequeños y pobres, una jornada para ayudar a reflexionar y recordar que los pobres están en el corazón del evangelio. No habrá justicia ni paz social mientras los más necesitados estén echados a la puerta de nuestras casas.

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