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Deberes... y obligaciones
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Deberes... y obligaciones

Actualizado 07/11/2016
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Algunas proclamaciones de derechos han cumplido ya varios centenarios. Las circunstancias históricas explican bien por qué la preocupación iba dirigida a reforzar los derechos frente al Estado y frente quienes a detentaban en él un poder omnímodo. Más tardía ha sido la inquietud por la formulación de un catálogo de deberes del hombre y del ciudadano. Un ejemplo ilustre es la Declaración Americana de los Derechos y de los Deberes del Hombre, aprobada en Bogotá en 1948 en la IX Conferencia Panamericana.

Pero hoy en día, nadie duda que los sujetos jurídicos somos titulares de una amplia panoplia de derechos, pero que también al máximo nivel debemos cumplir una serie de deberes fundamentales para nuestra vida en sociedad.

Para quienes tengan la cortesía de leer estas líneas, siendo de otro continente distinto al europeo, tal vez convenga aclarar que en España es tradición inveterada hablar de "deberes" para referirnos a las tareas escolares, y así lo reconoce la Real Academia de la Lengua en su tercera acepción.

La cuestión se plantea justamente porque una asociación de padres y madres de alumnos ha convocado a los estudiantes a una "huelga de deberes" durante los fines de semana del mes de noviembre, ante la estupefacción de bastantes maestros, como primer paso hacia la eliminación total de esta práctica educativa.

Tratemos de tomar perspectiva y vayamos por partes, que para eso uno es doliente, por padre, por profesor y por simple ciudadano de a pie.

A cualquiera le gusta el ocio, a mí quizás el primero; pero, a riesgo de que no me crean algunos de mis lectores, a mí, como a muchos de los de mi gremio, nos toca santificar muchas fiestas delante de los libros y dedicándonos al trabajo. Lo adelanto como simple advertencia de parcialidad, aunque no es que esté orgulloso de ello; pero con frecuencia no nos queda otra.

Dicho esto, comparto aún con mayor pasión la necesidad del ocio infantil y juvenil, y de paso recuerdo cuando era pequeño, tras salir de clase, merienda en mano, las carreras y los juegos por las calles próximas a mi casa junto a los amigos más cercanos. Sin duda daba tiempo a las tareas que nos habían encomendado, porque -modestia aparte- no puedo decir que tuviera malas notas.

También he vivido algunos abusos, más como padre que como estudiante. En varios sentidos. No sólo en cantidad, sino también en calidad. Porque, sin pretender hacer de menos a la esencial figura de los maestros, hay algunos que se equivocan al mandar deberes más dirigidos a los padres que a los hijos, y ahí se establece una carrera, por ejemplo, con las manualidades para ver quién lleva qué se yo, pongamos que el planetario más exuberante y perfecto, que es imposible haya podido hacer un churumbel de cinco años.

La queja, por tanto, no está del todo descaminada. Hay casos excesivos que deben evitarse por desproporción, desmesura, exageración y todos los sinónimos que quiera usted añadir. Pero de ahí a eliminar del todo la creación de rutinas de estudio, más allá de las aulas escolares, va un abismo.

Por ello no puedo estar de acuerdo con la protesta de ciertas familias, más allá de esos casos descomedidos. Es más, la vida de adolescente y de adulto se va volviendo compleja, y por mucho que a veces me pase en mis previsiones sobre lo que a la resistencia de mi cuerpo y mi mente se refiere, creo que no es malo formar ciertos hábitos caseros de trabajo alejados del sufrimiento.

Porque quizás ahí esté la clave: es importante enseñar a disfrutar con lo que algo cuesta, pues de lo contario uno va a descubrir abruptamente de mayor, y por supuesto demasiado tarde, que no sólo está protegido por un flamante catálogo de derechos, sino que vive rodeado también de complejas y no siempre cómodas obligaciones.

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