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Una mirada al pasado
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Una mirada al pasado

Actualizado 27/10/2016
Redacción

En algún momento de la película hemos perdido el hilo, la trama se nos ha desbaratado y el film se ha complicado en exceso, llevándonos a un trabajo tenebroso, mal planteado, dolorosamente desarrollado y en el que se vislumbra un intenso final abocado al fracaso.

La ilusión de los inicios, las zozobras de los principios, los esfuerzos de juventud, gloria y necesidad que se desarrollan tras un período de oscuridad, de grises presencias compactadas con la prepotencia, altanería e inconsistencia de privilegiados tontos, pero bien situados, que hacían valer su fuero por carecer de neurona, que se transforman en señoronas alcanforadas que mueven sus gruesas, broncas y ariscas carnes por entre las alfombras como si de lindas meretrices con juveniles cuerpos se tratase, concediendo una imagen de decadencia e impostura que refleja la luz en la opaca y vetusta piedra desechada por el arquitecto director, hacía que el futuro se observase luminoso, como si de una delirante borrachera se tratase.

Al poco comenzó el trabajo, el esfuerzo, la construcción de unos y la deconstrucción de otros, la creación de estructuras de libertad, en lo que otros alcanzaban el dorado y alzaban nuevos edificios con viejos defectos, acababan con la libertad y la independencia judicial, desmontaban los controles, introducían a sus huestes en las estructuras para interpretar la regeneración en un quítate tú para ponerme yo y no en una forma diferente, distinta, limpia y honrada de hacer las cosas, frente al a por todas que las hordas llevan en su seno.

Comenzamos por alcanzar el cargo para cambiar de parienta, de ocultar nuestra vida privada para que esta no limite la pública, cuando debimos ser conscientes de que quien no sabe gobernar su propia vida, mal puede gobernar la mía, la tuya, la de todos; pero, en la era del cambio, el dejar a la primitiva para que te toque la lotería fue vendido como un modo regenerador.

En otros momentos se alcanzó la gloria con la venta de la decencia, la transformación que se vendió como el trabajo de los próceres de la técnica, pero ¿de qué técnica? Ora de la prebenda, ora de la tarjeta, ora de la comisión, ora de la pasta por la pasta, que mientras hubo bonanza nadie denunció, nadie quiso saber; pero, cuando la cruel decadencia se puso de manifiesto, el dolor de hígado se instaló en una sociedad que perdona al ladrón, que admite al corrupto y le da miedo el cambio, la transformación decente de la política en la de aquellos que aportan su trabajo y bagaje, por un poco de gloria, pero ni se llevan lo que no es suyo, ni meten la mano en la saca.

El político del ego, frente al político de la saca, el personaje que con su esfuerzo, su trabajo, su valor y su decencia busca la gloria, la púrpura y el reconocimiento público, frente al sujeto que sin aportar nada, sin haber demostrado nada, sin ni siquiera tener un mínimo de vergüenza o de pudor se dedica a lograr lo que por sí mismo jamás hubiere obtenido, a apropiarse de lo público en detrimento de los suyos.

Pero la película se tuerce, la ponzoña nos asfixia y en el miedo la salida hacia delante de la mano de quien grita, del que aparece como decente pero viene con la saca repleta, la maleta rellena y la espalda cubierta para jugar con tu miseria, con tu miedo, con tus cuitas y, usándola contra todos, aparecer como si del Capitán Trueno se tratase. Pero ¡cuidado! que busca el poder, la manipulación, la demagogia, para acabar con la democracia, la luz, el oxígeno que tanto nos ilusionó, tanto nos costó y tanta libertad nos concedió.

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