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De como formar un trancón, sin tener la menor intención
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De como formar un trancón, sin tener la menor intención

Actualizado 24/10/2016
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Usted se levanta por la mañana. No ha amanecido todavía. Se prepara para llevar a las niñas al cole. Tiene margen y por eso se va simplemente con el chándal. Ya volverá a cambiarse. Como siempre le toca esperar en el garaje, con el coche puesto en marcha, a que llegue la más tardona de la casa, que se ha tomado su tiempo para acicalarse.

Con más ganas de estar en la cama que en otro sitio emprende su camino. Tampoco es que sea tanto. En realidad, unos diez minutos por el atajo que logró encontrar hace no mucho tiempo. Logra llegar antes de que toque el timbre, aunque no puede asegurar que haya respetado todos los límites de velocidad.

Una vez que ha dejado a sus muchachas, sigue adelante de nuevo hacia su casa. Debe ponerse traje y corbata porque le toca ir a inaugurar un importante Congreso internacional que se va a celebrar en los próximos días en la ciudad. La calle está a rebosar. Llena de madres y padres que acaban de hacer lo mismo que usted.

El semáforo se pone en verde, usted ya va pensando en que originalidades va a decir en la apertura del evento, acelera y no se da cuenta de que la velocidad del coche que le precede es bastante menor a la suya. En fin, que se lo traga con gran estrépito y con no menor susto.

Un hombre bueno se baja del vehículo y le dice que justamente lo acababa de sacar del taller donde le han hecho usted no sabe qué arreglos y recomposiciones. Ahora no puede abrir el maletero. Usted se vuelve para atrás y ve con desesperación que el radiador de su automóvil chorrea a tope. Se sube en él para tratar de retirarlo, trata de ponerlo en marcha, pero enseguida se para el motor. No da para más.

Mientras tanto, superados los primeros nervios y comprobada la civilización exquisita del perjudicado, constata que cada cual ha llamado a su mujer -que sería de usted sin la propia- y que su "contraparte" ha llamado también a la Policía Local. Colocan un triángulo, como manda el reglamento, para avisar a los que vienen. Más de uno se lo traga, quizás también pensando en las musarañas.

Consiguen descifrar los puntos del parte amistoso, llegan los policías y muy amablemente comprueban y corrigen el documento. Llega su costilla, mientras está esperando que venga la grúa para quitar de en medio el motocarro. El perjudicado sin culpa y su mujer, que ya no tienen más que hacer allí, y que además tienen hora dada en el médico, se marchan soltando ruidos sospechosos por el tubo de escape, o por lo que queda de él. Usted llama al organizador del Congreso para decirle que active el Plan B, o quizás ya el C, porque es imposible que llegue a tiempo donde debía.

Al momento llega otro policía, evidentemente descoordinado de sus compañeros, que debe haberse educado en los boy scouts, y quiere hacer su buena acción del día:

- ¡Este coche hay que quitarlo!

- Sí señor, estamos esperando la grúa que se lo lleve de una vez. Ya sentimos formar este atasco en esta hora punta, pero no vemos manera de moverlo, porque el motor está bloqueado.

- ¡Empujando! ¡Cómo no se va a poder quitar!

El valeroso muchacho tal vez no se haya dado cuenta de que se trata de un coche automático, aunque a la vista está que es un siete plazas. Si se consigue moverlo algo, lo que va a ocurrir es que se quedará atravesado y la calle ya cortada del todo. El despierto agente de la autoridad está por encima de estos pequeños detalles, tal vez pensando que usted le va ayudar. Pero en ese instante recuerda que el cardiólogo le ha dicho que esfuerzos, ninguno, y con prudencia se lo hace saber al policía.

- ¡Lo muevo yo!- dice él dejando salir toda su autoridad por la boca. Sin embargo, en estas llega la esperada grúa que se ha abierto camino en el trancón espectacular que se ha organizado. Y usted se queda frustrado porque no quería perderse esa singular maravilla de ver al activo uniformado montando un pifostio aún mayor que el que usted había ya creado.

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