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El álamo
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El álamo

Actualizado 19/09/2016
Rubén Martín Vaquero

Cuando era pequeño soñaba que crecería en la ribera de algún tumultuoso torrente de montaña, al lado de los fuertes brazos de mis hermanos y amigos, y juntos desbravaríamos ábregos y templaríamos cierzos.

Sin embargo, al espigar, mis compañeros se fueron marchando y no volví a saber de ellos.

Con las ausencias olvidé el batir de las aguas y el rugir de los vientos, y las noches sin luna trasladé mis sueños al recodo de un río apacible y manso, desde donde podría contemplar como la primavera remontaba la corriente, o a las gentes afanosas cosiendo y descosiendo horas a la tierra. Y así día tras día, año tras año, instalé mi espera en la apatía del espectador.

Una mañana de marzo le oí comentar a unos ancianos que tomaban el sol?

-De la vida sacas lo que pones.

-¿Qué pensaba yo poner en la vida? ?pensé.

-¡Miedos! ?contestó la razón.

De pronto, como si despertase, ansiaba salir al mundo y apostar en la ruleta del azar.

Algún dios pagano debió escuchar mis plegarias.

Una tarde oscura de otoño, casi de tormenta, una grúa pintada de verde me izó por encima de mis vecinos, e impotente vi como escayolaban mis muñones.

Durante un camino bacheado de incertidumbres, el traqueteo del camión camufló mis temblores, y andando la noche llegamos al porvenir.

Sin darme tiempo a recuperarme, unos operarios me descargaron directamente sobre una acera pringosa, rompieron a martillazos el corsé de escayola y me metieron en una boca desdentada de cemento. Asustado, sentí como sellaban el duro sepulcro y mis entumecidas raíces se alargaron por un suelo manoseado.

No tuve tiempo de pensar nada más; interminables filas de coches humeantes me cercaban, envenenaban el aire, y tiznaban mis hojas con un polvillo maloliente y negruzco que me escondía del sol.

Los primeros días contuve la respiración, esperando que terminase aquella asfixiante romería, pero detrás de uno siempre había otro, y otro, y otro.... Entonces lo supe; me habían traslado a un teatro para decorarlo con vida. Lo mismo debieron hacer con mis hermanos y amigos.

-Pero... ¿quién me había condenado a agonizar en aquel simulacro?

No lo sé.

Por eso he decidido mandarte esta carta escrita en el anverso de una hoja seca, con la esperanza que llegue hasta ti y evites, si puedes, un futuro como el mío.

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