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El color de las cárceles
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El color de las cárceles

Actualizado 15/09/2016
Gustavo Hernández Sánchez

Pensando en la sala de espera

Me dirijo como hago algunos domingos al Centro Penitenciario de Topas a visitar a un amigo. Durante el camino pienso en qué le diré, cómo le miraré, qué noticias le pueden ser de interés para animarle. Entro en un espacio sucio. Pongo mi huella en el aparato (no sé cómo se llama: ¿detector de huellas? -¿para qué la querrán si yo no he hecho nada?-), paso por el detector de metales. ¿Para qué? Si a través de esos cristales es imposible que pueda colar nada.

Enciendo un cigarrillo mientras aguardo en la sala de espera y miro a mi alrededor. Pienso en el color de las cárceles. ¿Cómo transmitirlo para toda esa gente que no piensa en estos espacios o que los mira con recelo, como un lugar en el que metemos a la gente mala? Lo primero que se me viene a la cabeza es la suciedad. Es un color oscuro, como las personas que apartamos en estos no-lugares. Tiene color gitano, color latino, color magrebí. Sí, la cárcel tiene un color que los y las especialistas definirían "en riesgo de exclusión social". ¡Y tanto!

Después pienso en la forma, en el tamaño. Pienso en el panóptico de Bentham, una estructura por la que se vigila todo el complejo a través de una torre central, ideada en el siglo XVII. Para eso debe servir esa pieza de hormigón enorme que divisamos desde lo lejos. Pienso en las reflexiones de Foucault, quien afirmaba que el efecto de esta figura arquitectónica era la de "inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder", un poder que se hace "visible e inverificable". ¿Habrá alguien allá arriba, un guarda, tal vez el director de la prisión? No, esto no se entenderá bien?

El color de las cárceles  | Imagen 1

La forma de la cárcel, su tamaño, es achaparrado. Bajito. Mal alimentado. En algunos casos distorsionado, degradado por la experiencia de la vida de cada recluso. Carcomido por las drogas. Ese sí es el tamaño y la forma de la cárcel. Su aspecto. El tamaño de la gente que la habita. Es un espacio que separa dos mundos. Ese espacio tiene también una condición social, una clase social. Veo mucha gente de mi barrio (Pizarrales) y de otros barrios. Pero no hay gente del centro de la ciudad. La cárcel es un lugar para los y las pobres. Para aquellos y aquellas que tal vez no hayan podido costearse una buena defensa, que no hayan sabido manejar los entresijos de la Ley (que no es sinónimo de justicia). Que tienen menos dinero, pero también menos capital cultural y relacional, es decir, los contactos que pueden hacernos que nos libremos de pasar una temporada allí. Por supuesto que también hay delincuentes, pero también los hay fuera. Por supuesto que también habrá gente mala, pero también hay muchas personas malas a las que no apartamos en estos lugares sucios, oscuros, bajitos, mal alimentados.

Ya llega la hora. Se abre la puerta metálica corredera. Tengo que entrar.

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