Negociar, debatir y votar: el orden desordenado

Lo de que los ciudadanos elijamos a los parlamentarios que luego escogerán al presidente del gobierno, además de contradecir la separación de poderes en el propio mecanismo electoral, empantana la acción legislativa y ejecutiva del Estado todo el tiempo que tarden los representantes en alumbrar su primera gran decisión. Se ha demostrado que a rapidez de escrutinio no nos gana nadie y a lentitud de investidura sólo Bélgica (de momento). Porque en España votamos todos, luego negocian según los resultados, antes o después de esa negociación a veces votan los militantes de los partidos (es la consagración perversa de la partitocracia, que el voto de un militante sea más vinculante que el de un ciudadano), después escenifican en sede parlamentaria un debate al que todos llevan una postura inamovible (vaya debate) y, por último, se vota a sabiendas del resultado, mención aparte de tamayazos, davilazos y demás inolvidables maracanazos.

Negociar en privado, debatir de mentirijilla y votar. En ese orden. ¿Por qué? ¿Por qué no separar por fin presidenciales y legislativas? No se lo he oído a casi nadie de los que suspiran por la reforma electoral y están escamadísimos porque el voto de los esquilmados sorianos, zamoranos o salmantinos valga más que el de los privilegiados madrileños, vizcaínos o barceloneses. ¿Por qué no reducir toda posible negociación entre partidos a la que se desarrolle en el hemiciclo con luz y taquígrafos, y que cada palo, sobre la marcha, aguante la vela de sus propios prejuicios, caprichos, egoísmos y cegueras ideológicas a la vista de todos? Se sabría lo que se tiene entre manos sin lugar para la especulación. ¿Por qué no abandonar ese recurso tan feo de que vote la militancia a modo de segunda vuelta de las elecciones en las que opinamos los no militantes? La democracia interna está muy bien siempre que no enmiende o niegue de alguna manera la preponderancia de la externa.

Esta semana volveremos a tener debate de investidura, y parece que sin presidente de gobierno resultante. Se proclamarán discursos escritos antes de que el candidato exponga su solicitud a la cámara, se compartirá lo ya negociado o pactado, no se debatirá porque no habrá réplicas sino reiteraciones sacadas del argumentario del partido, y se votará lo ya decidido antes de comenzado el debate. Es decir, asistiremos a un trámite que tendrá algo de acto de campaña, un poco (bastante) de desahogo infantil y mucho más de lo soportable de irresponsabilidad política, a la que ninguno de los participantes, en mayor o menor medida, es completamente ajeno.