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Robar en una iglesia
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Robar en una iglesia

Actualizado 22/08/2016
Antonio Matilla

Robar en una iglesia | Imagen 1

Llamé hace tres o cuatro días a mi amigo Matías Prieto, párroco de Nuestra Señora de Lourdes, en el barrio de Capuchinos, en Salamanca y ha poco nombrado canónigo de nuestra Catedral, para comentar con él un asunto pastoral ordinario, normalito; después de resuelto, me informa de que el teléfono le arde de llamadas. ¿Y eso?, le pregunto. Pues que nos han entrado a robar en la parroquia, han roto una vidriera, han arrancado la caja fuerte de su emplazamiento y se la han llevado con todo lo que había dentro.

Desde luego no sé si es muy práctico tener una caja fuerte en una parroquia, lugar abierto al público donde los haya, porque si bien protege algo los bienes religiosos y culturales que pueda contener ?sobre todo del polvo y de los rayos solares, que son dañinos para los documentos, las pinturas al óleo y los incunables (añádase aquí el emoticono de llorar de risa en guasap)-, también indica al ladrón la existencia de algo robable, potencialmente más valioso por estar más oculto.

Los ladrones antes eran "gente honrada", en opinión de Jardiel Poncela. Vamos, que eran profesionales, sabían lo que robaban, lo hacían con el menor destrozo posible y con el máximo beneficio económico para ellos, que digo yo que esa sería su finalidad práctica, aparte de alguna romántica competición entre ellos a ver quién había robado al personaje más famoso o había logrado éxito en el robo más imposible.

Robar una caja fuerte en una iglesia no es de "profesionales", porque según me confesó una vez un inspector de policía, en algunas ocasiones intentan robar el sagrario porque piensan que es una caja fuerte. Y no les falta razón, por el valor absoluto que tienen unas cuantas formas consagradas, o sea hostias, que no es lo mismo que ostias, es decir "puertas", del latín ostia/ostiae, que uno, precisamente por haber hecho Bachillerato de Ciencias tiene derecho a usar el Latín; en las iglesias suele haber muchas ostias y por eso son difíciles de guardar. Pero claro, vender cuarenta hostias, o sea 14,78 gramos de harina de trigo amasada con un poco de agua y dejada secar en horno a temperatura baja, no creo yo que tenga mucho valor económico en el mercado, a no ser que se vendan a un club de multimillonarios satanistas, pero no demos ideas, que algún "artista" ya las puso recientemente en práctica en una exposición "artística" realizada para más INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum = Jesús Nazareno Rey de los Judíos) en una antigua iglesia en Pamplona; ciento veinticinco misas se tuvo que tragar ?risas, je?je?¡qué rollo!- para no tragarse comulgando las ciento veinticinco hostias que empleó en la "instalación" ¿artística?

Se nota la incultura religiosa y general también en los ladrones de iglesias. Porque, si al menos hubieran descubierto el valor ideológico, religioso, filosófico, cultural, científico y económico de la "transustanciación", se darían perfecta cuenta de que lo que verdaderamente tiene valor sustancial -también económico- no es la materia mostrenca, ni el dinero, "la pasta", ni siquiera los metales preciosos que pueden adornar algunos vasos sagrados ?no tantos como parece, que a mí una compañía aérea, de cuyo nombre no quiero acordarme, me quebró un cáliz de cerámica comprado por 15 dólares en una tiendita árabe musulmana al borde del lago de Tiberiades, en un "viaje" que le dio a mi maleta al sacarla o meterla del avión con ocasión de un viaje a Barcelona y eso que lo tenía bien envuelto en ropa-. Y es que, como dice el gran filósofo recientemente fallecido Gustavo Bueno, ateo por cierto y por libertad propia, "la Teología católica ?logró transformar muchas de las ideas griegas en otras ideas que fueron precursoras de algunas de las ideas modernas más señaladas pongamos por caso la idea de la Sustancia material con locación no circunscriptiva, es decir, incorpórea, implicada en la teoría de la transustanciación eucarística, y precursora de principios de la teoría electromagnética o de la física cuántica". Es lo que hay.

Ladrones siempre ha habido y, me temo, habrá. Pero hasta para hacer el mal es necesaria formación, preparación e inteligencia, que ya de puestos, tienen más fructífero destino en hacer el Bien, como demuestra reiteradamente la Historia.

El problema es que la parroquia de mi amigo Matías, que andará a la cuarta pregunta económica, como todas, ahora tendrá que gastarse lo que no tiene en reparar los desperfectos y hacerse con piezas que sustituyan a las robadas, amén del disgusto, el estrés y la pérdida de energías que son más necesarias en el normal desarrollo de la vida pastoral. Y encima me temo y me malicio que, llegado el caso, si el ladrón aparece, D. Matías es muy capaz de perdonarle y hasta, después de una breve y enjundiosa catequesis, convertirle en un activo colaborador de la parroquia. ¡Arrepentidos los quiere Dios!

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