¿Principio o fin?

¿Principio o fin? Cuantas veces nos hemos planteado la eterna pregunta, cuantas veces nos la hemos respondido según nuestra propia conveniencia, según nuestro estado de ánimo, según nos haya azotado el vendaval de la vida.

En los mismos habitáculos que nacemos, fenecemos; las mismas batas verdes que nos arrancan de las entrañas de nuestra madre y nos quitan las legañas de los líquidos amnióticos, son las que obligan a nuestros párpados a cerrarse para la paz absoluta.

Contrapuestos sentimientos, algarabia y risas en ese principio del fin, lágrimas y penas en ese fin del principio. Días marcados y remarcados, días de gloria y gloria en los días. Siempre lágrimas bañando nuestras pupilas, unas provocadas por la alegría de la vida otras por la eterna despedida.

Toda una vida buscando el comienzo del principio de la madeja, toda una vida empalmando recortes de lana, toda una vida hilando vellón a vellón , toda una vida dudando si el principio era lo primero o lo primero era el final.

Imágenes de focos incandescentes que dañan nuestra pupila al contactar con el aire que nos rodeará el resto de nuestra lucha, de nuestra resistencia a firmar un final antes de sellar el principio. Recuerdos de focos y aceros, de instrumentos de sellado, de ruido de encajes, de roce de telas que envuelven los sentimientos; sentimientos que se desbordan en el suelo de linóleo de una planta cualquiera de un hospital cualquiera en un momento insignificante de una vuelta más de la tierra, provocando el momento único e inolvidable grabado en nuestra retina o almacenado en una página de periódico .

Sonrisas y lágrimas, como en la célebre película. Diferentes actores, guiones semejantes, premarcados por la línea impuesta por el célebre director de distintos nombres y mismos hechos.

Una tras otra, películas conclusas e inconclusas, con histriones principales o secundarios, de risas o de lágrimas , con premios o con hieles, pero siempre la misma dirección .

Volvemos la vista atrás para no ver el principio, oteamos el horizonte para no ver el final. Somos tan ciegos que obviamos el presente, el origen y fin de todo, los momentos únicos que nunca más volverán. Solo la luz deslumbrante al principio o el rayo etéreo del final atrae nuestra atención para dispersar todo nuestro ser o para recogerse en el regreso al principio del fin o al fin de los principios.