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El silencio de los tuyos
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El silencio de los tuyos

Actualizado 11/08/2016
Gustavo Hernández Sánchez

Parte I. El silencio en las instituciones

Es el silencio que se produce por miedo a las encuestas. El silencio que se produce por miedo a la manipulación mediática. El miedo que te lleva a abstenerte cuando en el Ayuntamiento se vota por la libertad de los presos políticos de Venezuela y a no plantear algo parecido por las injustas condenas de Alfon o Bódalo, cuya realidad es bastante más cercana, aunque estemos en periodo electoral. El silencio que hace que no expliques por qué no tiene sentido declarar, en Salamanca, persona non grata a Otegi, como si los votantes no fuesen a entenderlo. El miedo ante el poder de la prensa que, en cambio, se permitirá el lujo de relacionarte con todos ellos, con ETA -a pesar de que el proceso de paz esté plenamente consolidado y poco o nada tenga que ver con las organizaciones políticas de izquierdas y movimientos sociales salmantinos, como ya ha sucedido alguna vez con el Colectivo Estudiantil Alternativo (CEA)-, con Venezuela -cuya soberanía y no injerencia de la comunidad internacional debería ser defendida siempre por cualquier demócrata-, o con la corrupción -agrandando y deformando cuestiones de poco interés hasta el absurdo como el caso Echenique o el más reciente señalamiento a Monedero, ¡por parte de una Universidad pública!-, haciendo gala, además, de una absoluta falta de ética y rigor periodístico -como cuando se habla de los y de las concejalas de Ganemos-.

El silencio y el miedo que, en definitiva, sostiene este "Estado de derecho" y permite que sean calificados como "constitucionalistas" quienes incumplen sistemáticamente la Constitución de 1978: el derecho al trabajo, el derecho a la vivienda, el derecho a no emigrar, a tener una vida digna. Por el momento, los únicos que se han atrevido a modificarla han sido el PP y PSOE, ¡precisamente quienes se definen como defensores de este texto!... pero nosotros y nosotras nos mantenemos en silencio y dejamos que hablen en nuestro nombre.

Es un silencio cómplice y cobarde del que tenemos que irnos desprendiendo si queremos que las cosas cambien, que nuestro discurso llegue a las personas a través de nosotros y de nosotras y no deformado por los medios de comunicación. El cambio exige pedagogía y comunicabilidad de nuestro discurso y solamente lo lograremos cuando nombremos y definamos nuestras palabras, porque si nombramos y definimos las cosas a través del léxico del poder, difícilmente podremos otorgarles otro significado del que ya tienen.

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