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Perdonar las injurias
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Perdonar las injurias

Actualizado 07/08/2016
Redacción

Perdonar es sin duda la más excelente entre las obras de misericordia espirituales. Todos podemos y debemos estar dispuestos a perdonar. Y todos tendremos que ser perdonados muchas más veces de las que imaginamos.
A veces pensamos que pedir perdón nos humilla, al poner en evidencia nuestros fallos. Nuestro orgullo nos impide aceptar el perdón. Por otra parte, la disponibilidad para perdonar a quien nos ha ofendido revela nuestra generosidad y magnanimidad.
El perdón ha de brotar de la sinceridad y generosidad de la persona. Sólo entonces es un sentimiento y un gesto de humanidad que hace grande a la persona.
Para la tradición de Israel el perdón es ante todo un don de Dios. Él se revela a Moisés como "misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes" (Ex 34, 6-7).
En las relaciones humanas, el perdón de las injurias es un valor ético y religioso. José perdona a sus hermanos el crimen que cometieron, al venderlo a unos mercaderes. El joven David perdona al rey Saúl que trata de darle muerte.
Jesús incluye el perdón en la oración que enseña a sus discípulos: "Perdónanos como nosotros perdonamos". El que ha dicho "perdonad y seréis perdonados", invita a sus seguidores a perdonar al que se arrepiente. Él mismo perdona al paralítico, a una pecadora y a la mujer sorprendida en adulterio.
La enseñanza de Jesús sobre el perdón se encuentra recogida en el llamado sermón eclesial. Allí exhorta a Pedro a perdonar " hasta setenta veces siete" (Mt 18, 21-22). El mismo Jesús muere pidiendo el perdón para los que le han condenado a muerte. Y, una vez resucitado, confirma su elección a Pedro que por tres veces había negado conocerlo.
Nuestra sociedad admite algunos desórdenes morales, pero después condena y desprecia a quienes los practican. Los discípulos de Jesús no podemos frivolizar el mal y el pecado. Pero hemos de estar dispuestos a perdonar al que ha faltado, si se muestra arrepentido y afronta las consecuencias de sus actos.
Ahora bien, la misericordia no es lo mismo que el buenismo irresponsable. La dignidad de la persona no puede ser burlada impunemente. Cuando nos ofenden contra toda justicia, estamos autorizados a reivindicar los derechos de que hemos sido privados. Así lo hizo san Pablo, encarcelado injustamente en la ciudad de Filipos (Hech 16, 37).
Sin embargo, siempre hemos de intentar mantener una sincera generosidad para conceder el perdón al que lo suplica. Es necesario un cuidadoso discernimiento para establecer la línea que separa la intransigencia de la tolerancia, y para promover la defensa de la dignidad humana del que ofende y del que es ofendido.
José-Román Flecha Andrés

Perdonar las injurias | Imagen 1

INVITADOS Y ANFITRIONES
"Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios, porque es grande la miseicordia de Dios y revela sus secretos a los humildes" (Si 3,17). Este consejo que nos ofrece hoy el libro del Sirácida o Eclesiástico merecerá la burla y el desprec

io de todos los que van corriendo detrás de los honores, el prestigio o el triunfo político.

En el mundo actual no se valora la humildad. Por todas partes se respira el tufo de la arrogancia. Son muchos los que parecen dispuestos a vender hasta su alma con tal de aparecer en la primera plana del triunfo social.
En ese contexto, será dificl reconocer que "Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece" (Sal 67). La experiencia de todos los días parece desmentir esa confesión del salmista. Pero Dios es el juez de todos, como nos recuerda la carta a los Hebreos (Heb 12, 22-24).
LA ALTANERÍA
En la misma línea se coloca el texto del evangelio que se proclama en este domingo (Lc 14, 1.7-14). Invitado a comer por uno de los principales fariseos, Jesús observa que los convidados se apresuran a escoger los primeros puestos. Su observación se ha hecho popular y se repite con frecuencia aun en los ambientes más laicos.
? Buscar los primeros puestos puede dejarnos en ridículo, si tenemos que descender. Es mejor buscar el último asiento para que el anfitrión nos invite a ocupar un puesto más digno. Evidentemente hemos aprendido la altanería que se puede esconder bajo la falsa humildad. Si elegimos el último puesto es solo para que todos reconozcan nuestra valia.
? Más popular aún se ha hecho la frase con que Jesús concluye este primer consejo: "Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido". Tanto la historia como la experiencia diaria avalan la verdad de este proverbio. Thomas Merton había profetizado hace muchos años en un poema la caída de las grandes torres de acero y cristal.
LA GRATUIDAD
Pero más escandalosos resultan los dos consejos de Jesús que recoge el evangelio de este domingo. Uno es negativo y el otro es positivo. Pero es claro que ambos son políticamente incorrectos:
? Cuando des una comida no invites ni a parientes ni a vecinos ricos que puedan corresponder invitándote. Jesús no pretende que rompamos los preciosos lazos de la familia o de la amistad. El Maestro trata de exhortarnos a vivir en gratuidad, sin buscar recompensas inmediatas ni efímeros honores.
? "Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los muertos". He ahí una extraña bienaventuranza. Con ella se nos exhorta a descubrir la dignidad de los marginados sociales. Y a aprender la relación entre la gratuidad temporal y la esperanza de lo eterno.
- Señor Jesús, tú nos enseñas que la humildad no es una postura fingida e interesada. Y nos pides que imitemos al Padre, que ama especialmente a los pobres y desvalidos. Ayúdanos a vivir la verdad de nuestra fragilidad. Bendito seas, Señor. Amén.
José-Román Flecha Andrés

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