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Yo también fui Echenique
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Yo también fui Echenique

Actualizado 08/08/2016
Antonio Matilla

Yo también fui Echenique | Imagen 1

Dios me libre de juzgar los comportamientos de una persona dependiente. No es fácil encontrar ayuda fuera del círculo estrictamente familiar. En caso de necesitarla lo prioritario, lo urgente, es conseguirla; después ?a ser posible a la par- vendrá el regularizar la contratación conforme a Ley y a los usos del mercado, que no siempre coinciden, la cotización a la Seguridad Social, el pago puntual de un salario justo, el disfrute de los tiempos libres y de las vacaciones, todo conforme a Ley. Ley que ha sido y es manifiestamente mejorable, como más adelante intentaré describir.

Año 2003: una unidad familiar muy cercana a mí está compuesta por dos hermanas, ambas pensionistas, con achaques, pero con capacidad sobrada de ayudarse mutuamente, mantener la casa ordenada y limpia y desarrollar fuera de ella un montón de actividades en la parroquia, en la vecindad y en el barrio, amén de recibir en casa a otros familiares y participar plenamente en eventos familiares, incluidos viajes. Gozan ambas de lo que suele llamarse "una mala salud de hierro".

De modo repentino una de ellas, llamémosla Alicia, sufre un repentino empeoramiento de manera que se convierte, de un día para otro, en gran dependiente. La otra hermana, nombrémosla Carmen, que podría hacer vida normal si viviera sola, no puede ahora hacerse cargo de la primera, simplemente no tiene fuerzas para ello. Se hace necesaria y urgente una ayuda exterior.

Conocedor de la situación desde el primer momento, intento echar una mano y llamo a una institución de la Iglesia Católica, concretamente a Caritas diocesana. La persona que me atiende me tranquiliza: "puede que tengamos a la persona ideal: está viajando en este momento desde su país ?es latinoamericana- para visitar a su familia en España; la conocemos bien y es de garantía, déjame unas horas para poder localizarla y te llamo".

Cinco días después, justo antes de que Alicia abandone el hospital, llega a casa de las hermanas para echar una mano como empleada de hogar interna. La intención de la familia, desde el primer momento, es hacerle un contrato conforme a Ley, darle de alta en la Seguridad Social y confiar en ella, ya que les va a sacar de un apuro grande.

La familia se da contra un muro administrativo: es imposible contratarla, sólo pueden pagarle en negro y, como no tiene permiso de residencia, no puede tener contrato de trabajo ni abrir una cuenta bancaria a su nombre, ni ser dada de alta en la Seguridad Social. El obstáculo principal en aquel momento era que, para poder tener permiso de residencia y de trabajo y gozar de los demás derechos laborales y sociales, debe volver a su país, estar allí al menos un mes, pedir un Visado especial y conseguir, desde allí, un contrato de trabajo en España.

La empleadora, Carmen, recurre a los servicios jurídicos de una institución de la Iglesia, que le ayuda a presentar una petición razonada ante la Administración con el siguiente argumento: esta señora, llamémosla Melly, está desempeñando una labor social importante pues dos señoras mayores, una de ellas gran dependiente, están a su cuidado y la necesitan; la empleadora está dispuesta a hacerle contrato conforme a Ley y a respetarle todos los derechos laborales y sociales. Incluso se plantea pagarle el billete de avión, ida y vuelta, para ir a su país a pedir el reglamentario Visado. Pero ¿por qué tiene que ausentarse un mes? ¿No puede concedérsele la exención de la necesidad de Visado dadas las circunstancias del caso y que la empleadora está dispuesta a cumplir con todas las normas legales? La Administración se cierra en banda y a Carmen, viuda y pensionista, no le queda más remedio que acudir al juez. En su vida se ha visto en otra. El juez falla a su favor, concede la exención del Visado, exime a la trabajadora de la obligación de viajar y perder el tiempo y, una vez que la sentencia es firme, pues el abogado del Estado no se presenta y no la recurre -tal vez a la vista de lo kafkiano y absurdo de tanta burocracia innecesaria-, se procede a contratarla, se la da de alta en la Seguridad Social, la empleada puede por fin abrir una cuenta bancaria a su nombre (con lo cual me liberó de una no pequeña carga, pues todos los salarios, acumulados durante los once meses que duró esa situación, estaban en una cuenta a mi nombre y al de otra persona que conocía bien a la empleada) y la familia respira tranquila y puede concentrarse en la atención y cuidado de las dos ancianas.

Fue interesante: una viuda pobre enfrentada en los Tribunales al todopoderoso Estado para poder cumplir con la Ley y con el sentido común. Por una vez ganó el débil. Por una vez que sirvió de precedente, pues la razón, a veces, cuando se persigue con determinación y con cabeza, con argumentos, puede triunfar y abrir caminos.

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