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Desde el asombro
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Desde el asombro

Actualizado 05/08/2016
Redacción

La política sigue asombrándome: es como una metáfora de lo humano, de lo peor y de lo mejor, desgraciadamente casi siempre de lo primero. Último ejemplo: lo que está pasando con la cuestión de la investidura del presidente del Gobierno. La investidura es el proceso constitucional previsto tras las elecciones generales y sus pasos son muy sencillos. Tras las elecciones, el Rey convoca a los líderes de los partidos en liza y les pregunta cuál cree que debe ser el candidato. A veces, la cosa no tiene problema alguno, por ejemplo si un partido ha obtenido la mayoría absoluta, tampoco es demasiado problemático si un partido ha quedado muy cerca de conseguirla: le sucedió a Aznar en su primera victoria y a Zapatero en sus dos citas. Así que en España nunca ha habido problemas desde 1977 porque, de una u otra forma, el resultado electoral no tenía vuelta de hoja.

Pero los problemas han empezado ahora, primero con la elección de diciembre y ahora mismo con la de junio. Los problemas han surgido cuando el bipartidismo ha sido sustituido por el multipartidismo y los votos se han repartido entre cuatro partidos, quedando el terreno de juego sin definir definitivamente, a la espera de los pactos de los contendientes. A propósito de esto he leído muchas estupideces, como que debería gobernar el partido más votado, pues eso es democracia, pero esta tontería en abstracto solo tiene justificación en un sistema electoral mayoritario como el inglés, pero aquí estamos en un sistema parlamentario proporcional, es decir, las reglas del juego son diferentes. Y la sandez además no tiene límite porque si gobernase el partido mayoritario pero teniendo en contra al resto de los partidos, gobernar se haría imposible y ley a ley estaríamos ante un calvario desesperante.

Por lo tanto, se pide imaginación a los actores, para eso les pagamos, no para que se duerman en el Congreso (al Senado ni siquiera lo menciono porque no sirve para nada, bueno sí, para estorbar y saquear sin sentido las arcas públicas). En el caso de las últimas elecciones, quiérase o no, todo pasa por el PP, y pretender obviarlo es colocar al sistema contra sí mismo. Es decir, que como el PP ha sido el partido mayoritario con 137 escaños pero necesita llegar a los 176, no cabe otra que pactar. Los pactos pueden ser de dos tipos, o configurando gobiernos de coalición (una gran coalición por ejemplo de PP y PSOE o de PP,PSOE y Ciudadanos, o una pequeña coalición entre PP y Ciudadanos con abstención del PSOE), que traen como ventaja la coherencia política y la estabilidad, porque no hay que estar negociando cada día presupuestos y leyes, sembrando la incertidumbre.

La otra posibilidad es un Gobierno en minoría del PP, con el acuerdo con PSOE y Ciudadanos en una serie de materias (educación, justicia, cuestión territorial, ley electoral?), permitiendo la gobernabilidad del país. Es menos seguro que el anterior, más inestable, pero permitiría gobernar, cosa que ahora no sucede.

La última es la peor, Gobierno en minoría del PP, apoyo en la investidura de Ciudadanos y abstención del PSOE, pero legislatura a cara de perro, ejerciendo una oposición dura en cada ley y debate. Pero también permitiría gobernar, aunque mal, si hay lealtad constitucional de los grandes partidos.

Finalmente, cabe que fracase la investidura y vayamos a unas terceras elecciones. En esas, habría que decirles a los líderes de nuestros partidos que mejor es que pidan puesto en el Mercadona de su barrio porque no valen para lo que les hemos elegido. ¿Dónde quedaría el bien común, los graves problemas que atenazan a nuestra sociedad, si todo lo supeditan a sus intereses electorales? ¿Quién seguiría confiando en ellos?

Ahora mi asombro ha crecido cuando, saltándose la Constitución a la torera, Rajoy ha aceptado la designación del Rey, pero dando a entender que va a sondear a los partidos a ver si llega a acuerdos, y si no es así, renuncia y vuelta la burra al trigo. Rajoy es registrador de la propiedad, estudió cinco años de Derecho en Santiago y le tengo por inteligente, no por lerdo. Si un candidato acepta la proposición del Rey, quiéralo o no, tiene que ir a la sesión de investidura en el Congreso, pues así lo establece la Constitución. ¿O es que ni siquiera la respetamos en algo tan obvio? Mi asombro no para de crecer, vivo en España.

Marta FERREIRA

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