"Nunca vuelvas al lugar donde fuiste feliz". Supongo que la sentencia la acuñó alguien que no tuvo una buena segunda experiencia al pasar de nuevo por el mismo lugar. Eso y que se pensaba que allí, pasado el tiempo, se iba a encontrar con las mismas personas, la misma experiencia y las mismas sensaciones olvidándose que ni siquiera él mismo era el mismo. Porque el tiempo nos transforma. Evolucionamos ?o involucionamos-. Hay quien madura y quien se pudre. Quien adquiere poso y quien se revuelve ?o le revuelven. O se deja revolver-. Pero nada ni nadie es lo mismo y ningún tiempo pasado fue mejor. Ni peor. Sólo pasado. Y diferente.
La semana pasada volví a un lugar en el que fui muy feliz durante ocho años de mi vida. Mucho. Un espacio alegre y luminoso en el que tuve la suerte de conocer y compartir unos años muy importantes con personas de una pieza. Compañeros con una calidad y una calidez que, pasado el tiempo, no sólo mantienen sino que han incrementado cultivando su modo de ser, estar y relacionarse. Delicatesen de gente.
Hacía siete años que no volvía a encontrarme así, con todos ellos a la vez. En un par de ocasiones me sentí obligado a acompañarles por dos terribles pérdidas. La última fue a primeros de diciembre del pasado año. Un auténtico hachazo. El alma del grupo se fue antes de tiempo. Y allí me planté de noche, después del partido que ganó nuestro equipo común. Para abrazar a su joven viuda, para observar a sus dos huérfanos desorientados y para pasar unos minutos a solas velando su cuerpo y prometiéndole que volvería, por él, a celebrar el cumpleaños de su chica en verano y la fiesta de su patrón, al que recordaba poniendo siempre el corazón en las manos. Y lo hice. Lo volveré a hacer.
Hacía siete años que no me reía con los compañeros que fueron mi familia en una época de muchos cambios y crecimiento. Recordamos nuestro paso por Oporto y por Roma, todos juntos, con las familias. Y cómo empezamos en la comunidad y fuimos creciendo. La construcción del edificio nuevo, las publicaciones, los cursos, la memoria, los días de encuentro, el trabajo, la fiesta, la fe, la vida. Y volví a abrazar a Rosa. Y estaba José Luis en todos y cada uno. Le recordó el alcalde de Tres Cantos. Jamás le podrá olvidar su amigo y hermano José Carlos. Ni Filu, ni Juan, ni Feli, ni la otra Rosa, ni Puri, ni Pilar, ni Juanma, ni ninguno de los hombres y mujeres que cuidan y enseñan a cuidar en el Centro San Camilo donde religiosos, laicos, trabajadores y voluntarios cuidan y enseñan a cuidar como lo hace una madre con su único hijo enfermo, humanizando la salud.
Y siempre que pueda volveré al lugar donde durante tanto tiempo fui feliz.
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