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El lugar donde todos vivimos
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El lugar donde todos vivimos

Actualizado 14/05/2016
José Ángel Torres Rechy

A J. Roth

Ustedes, selectos lectores, disculparán el atrevimiento del autor de esta columna por escribir sobre algo que no conoce bien. En la Revolución rusa hubo un coronel que se volvió vagabundo por un remordimiento de conciencia. Prácticamente, en el lecho de muerte recibió el perdón por una culpa que lo había atormentado durante 33 años. Entonces, murió en paz.

¿Cuántas personas no tienen un sueño que quieren hacer realidad? ¿Se puede vivir el día a día sin ese sueño? ¿Qué cosa ―como dice la canción― fuera la maza sin cantera? El coronel encontró en la vida de penitente el remedio del asesinato que había cometido. Esa vida dotó de sentido sus últimas tres décadas y le dio un punto de referencia para visitar con su memoria aquellos años de coronel.

Dicen los matemáticos y físicos ―tómese como expresión común― que la vida no es constante. Que en dimensiones cuánticas ―insisto, léase como expresión común―, la realidad material no es estable. No hay una superficie firme por la que una persona pueda desplazarse. En cambio, todo es inconstante e inestable. Todo cambia. Yo creo que muchos de ustedes ya lo habrán escuchado.

Hay personas que buscan de diversas formas la permanencia. Se levantan por la mañana y se miran al espejo, para corroborar que ahí está ella, él. Miran el carné de identidad y lo confirman. Sonríen. Pero todo cambia cuando suena la notificación de un mensaje al móvil: «Te odio, maldito.» Vuelve a mirar el móvil, comprueba que la seña del remitente sí es la que ha visto y mira de nuevo el mensaje: «Te odio, maldito.» Se rasca la cabeza. Se mira de nuevo al espejo y se lava el rostro.

No entiende por qué ha recibido ese mensaje. «¿Qué hice mal?», se pregunta. La llama al móvil y ella no coge la llamada. «Voy a volver a intentar?» Pues no. «Quizá esté ocupada», piensa. Sin embargo, ni por la noche, ni al otro día recibe ninguna respuesta. Después de otras llamadas más de él y un aluvión de mensajes, desesperanzado, finalmente desiste. «Algo le habré hecho», concluye, derrotado. (Después, casi por casualidad, se entera de que alguien le contó a ella mentiras de él, que ella aprovechó para justificarse y no ocultar más otra relación que ya iba en marcha. «Y yo que pensé que era porque no me gustaba acompañarla a las reuniones de sus compañeros de trabajo.»)

La vida, no obstante, no solo cambia hacia el futuro. La inconstancia y la inestabilidad no solo son cualidades del porvenir, sino también del pasado, en relación con las visitas que le hacemos en el transcurso del tiempo. El pasado no es el mismo hoy que mañana. Hoy puede ser un motivo de rencor, en tanto que mañana puede resultar una causa de comprensión humana, mientras que una semana más tarde puede transformarse en la razón para buscar de nuevo a una persona y reconciliarse con ella. (Todo best seller puede copiar este párrafo.)

El coronel volvió después de 33 años al pueblo ruso en donde había ofendido a un judío para pedirle una disculpa a su familia y morir en paz. Una acción en el pasado había determinado el rumbo de su vida durante las siguientes tres décadas. De un asesino pasó a ser un santo, dicen quienes lo conocieron. La superficie por la que se desplazó como vagabundo importó menos que el efecto que el tiempo produjo en su espíritu y en su carne. Solo por citar otro lugar común, se dice que la vida da muchas vueltas. La ex del joven del espejo y el móvil en estos días le escribió a quien suscribe esta columna para preguntarle por él. Resultó sorprendente que no supiera que ahora él trabaja en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Por su parte, quien firma el presente texto agradece el espacio de Salamanca rtv al día porque le ha dado un sentido a estos siete días de la semana, que son los que le llevó arribar hasta este punto final.

El lugar donde todos vivimos | Imagen 1

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