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A vueltas con la política: Tres reflexiones de principio
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A vueltas con la política: Tres reflexiones de principio

Actualizado 06/04/2016
Redacción

A vueltas con la política: Tres reflexiones de principio | Imagen 1Pedro Zabala viene ofreciendo en diversos medios su reflexión de fondo sobre la política, desde una perspectiva humanista, de inspiración democrática y cristiana.

Por el valor que ellas tienen, y por la amistad que me une a Pedro, me gusta introducir sus reflexiones en mi blog (aunque con menos frecuencia de lo que ellas merecen), porque ayudan a pensar, en línea de alta política, no de discusión superficial de partidos

Hoy tengo el gusto de ofrecer a mis lectores tres de sus últimas reflexiones, que giran en torno al eje común de la función de la política, vista desde una perspectiva cristiana y de "acceso real" a los poderesos:

La primera es sobre la vivencia de la política,

la segunda sobre el papel político de la Iglesia,

y la tercera sobre el acceso a los poderosos (es decir, sobre la forma de llegar a ellos y más en concreto de influir en ellos).

A vueltas con la política: Tres reflexiones de principio | Imagen 2

Los lectores del blog podrán leer los trabajos en el orden que prefieran, quizá empezando por el último.

Estoy seguro de que encontrarán que este ejercicio de lectura y reflexión de Pedro Z. resulta estimulante, en especial en momentos de confusión y desencanto como los nuestros.

Gracias Pedro, por tu reflexión serena y profunda. Todo lo que sigue es tuyo:

-- como verás, he querido poner como "patrono" al "buen" Aristóteles;

-- la segunda imagen, propia del político-avestruz con traje (y seguramente de corbata) no necesita comentario; ni él ni nosotros arreglamos nada metiendo la cabeza debajo de la arena.

VIVENCIA DE LA POLÍTICA

Hay dos formas extremas y opuestas de vivir la política. Ambas, a mi juicio, igualmente malsanas.

La primera consiste fundamentalmente en negarla. No querer saber nada de ella. Declararse radicalmente apolítico. Pasar de todo lo que huela a una toma de postura, intentar ignorarla. Los griegos llamaban idiotas a quienes se desinteresaban de los asuntos de los asuntos de la polis. Para ellos, era una muestra de incivismo repudiable, pues el ser humano, por naturaleza, es un animal político. Se escudan en dos seudorazones: la política es malsana en sí misma; y a ella deben dedicarse sólo los políticos, los que han hecho de ella su ejercicio, la razón de su vida, diríamos su profesión. Por otro lado, los políticos, la mayoría de los cuales son seres corruptos, están entregados a su medro personal. Sólo piensan en su interés personal, ciegos de ambición, con un ego desmesurado, son indiferentes a las necesidades del pueblo. La mentira y las falsas promesas constituyen el lenguaje de los políticos. Son débiles ante el poder económico y demás grupos de presión y, a menudo, se convierten en sus títeres. La verdad es que esa postura resulta tremendamente conservadora. Se aferran a lo malo conocido, porque desconfían mucho más de lo bueno que pudiera venir. Es una postura cobarde, pasota, desertora.

La postura opuesta convierte la opción política en una religión. La ideología o un líder son sus ídolos. A ellos rinden pleitesía incondicional. Hagan lo que hagan, les son fieles. Su devoción ciega les impide ver sus defectos, sus fallas y errores. En cambio, sus rivales son la maldad personificada. Son incapaces de ver en ellos el más mínimo acierto, la más mínima buena intención. Denunciar sus fallos, sus meteduras de pata, sus posibles delitos es su constante labor política. Saben manejar tanto el incensario como el ataque despiadado. Quienes no están con ellos, están contra ellos. Si alguien se atreve a denunciar errores o incoherencias de su grupo, es porque está engañado o al servicio de los enemigos. A menudo, esta postura hace suyos, intenta monopolizar los símbolos comunes de la comunidad política en la que se encuentra. Por eso, quien ose criticar a su grupo, resultará ser además un traidor, un mal patriota.

Pero resulta que la realidad es tozuda. Hagamos lo que hagamos, estamos haciendo política. Lo malo es que, a menudo, no nos damos cuenta. Hasta respirar lo es, pues resulta que el aire desgraciadamente está viciado por la contaminación y la destrucción de la naturaleza. Y todas las opciones cotidianas que realizamos. Cuando nos movemos, si lo hacemos andando, en un vehículo contaminante, público o privado. El periódico que compramos o no lo hacemos. Lo que comemos, lo que consumimos. Lo que acaparamos o lo que compartimos. Lo que reutilizamos o desechamos. El ocio que elegimos o el trabajo que hacemos, si lo encontramos.

Porque la labor de los gestores institucionales de una comunidad política, de los políticos, es sólo una parte, necesaria y noble, de la realidad política, a cuyo servicio debe estar y no al revés. La sociedad, su funcionamiento pacífico, superando los conflictos inevitables que van surgiendo, es la que debe ser la brújula orientadora de todos los actores políticos, ciudadanos y gestores políticos.

Y la primera obligación de todos para ejercer razonablemente su función es conocer esa realidad, estar informados. Hoy es extremadamente difícil. Los medios de comunicación, en su mayoría, son sectarios y confunden falazmente información con opinión. Nos llegan cantidades masivas de noticias, que parece desbordar la capacidad de procesamiento de nuestro cerebro. Hemos de aprender con trabajo a discernir. Descubrir qué nos dicen y qué nos ocultan, qué subrayan y qué minimizan. A través de fusiones, el capital tiende a controlar los medios de comunicación y a expandir el pensamiento único neoliberal.

¿Con qué ojos miramos la realidad?. ¿desde el miedo, nuestra comodidad?. ¿O procuramos contemplarla desde los ojos de las víctimas, de los perdedores en esta jungla competitiva?.

Esta merma de nuestra capacidad de ver esta realidad, cada vez más compleja, es compartida tanto por los políticos como por los ciudadanos de a pié.

Aquellos porque tiende a aislarse en la torre de marfil del poder y a escuchar sólo a los suyos o a los poderosos. No les llega el clamor sordo del descontento. Su miopía cortoplacista les impide otear más allá de las siguientes elecciones.

Y nosotros, porque todavía no somos demócratas, no nos sentimos responsables del común.

¿Cómo vivo, cómo vivimos la política?. ¿Meto a todos los políticos en el mismo saco, creo que todos son corruptos y mentirosos? ¿O somos capaces de reconocer el talante y el mérito de quienes se arriesgan a entrar en el ruedo político con honestidad y veracidad?. ¿Somos capaces de distinguir entre políticos mediocres y estadistas?. ¿Dejamos que las fronteras incrustadas en nuestro cerebro y los prejuicios nublen un juicio sereno?. ¿Nos sentimos responsables de la marcha de la comunidad política?. ¿Somos conscientes de que esa responsabilidad no puede ejercerse de forma individual, como un francotirador, sino asociadamente?.

¿Cuando somos llamados a las urnas, depositamos nuestros votos votando a quienes creemos mejor o menos malos?. ¿Estamos dispuestos, si nuestras actitudes y condiciones personales lo permiten, a dar el paso a asumir responsabilidades institucionales?. ¿Participamos en asociaciones cívicas y movimientos sociales que controlen al poder político, aplaudamos sus decisiones justas y critiquemos las que no consideremos así?. ¿Acudimos a los medios de opinión para expresar nuestra opinión con respeto y gallardía?. ¿Entramos en las redes sociales con el mismo sentido de responsabilidad, sin recurrir al insulto escondidos en el anonimato?. ¿Tenemos en cuenta a las generaciones venideras y a la salud del planeta que es nuestra casa común?.

EL PAPEL POLÍTICO DE LA IGLESIA

¿En la sociedad actual tiene la Iglesia un papel político?. ¿Debe tenerlo?. Desde un laicismo excluyente se sostiene que no debe tenerlo y si lo tiene es como resto de una imposición propia del nacionalcatolicismo. Desearían verla reducida al interior de sus sacristías, sin más alcance que el de su posible control de las conciencias de sus fieles.

Recuerda Manuel Freijó que las religiones son comunidades narrativas que ayudan a vivir y morir digna y esperanzadamente. En las milenarias pueden distinguirse tres estadios: sus inicios, su tradición y su apertura a cada momento presente.

La negación de la historia es una invitación solemne al fundamentalismo.

Los que desean exclusivamente volver a los orígenes como única regla para vivir el cristianismo incurren en un patología despreciadora de las aportaciones de las generaciones pasadas y ciegos ante la realidad actual. Los que se aferran dogmáticamente a la tradición que creen inmutable, interpretada impositivamente por la jerarquía, rehúsan el acceso libre a las fuentes y desprecian los signos de los tiempos.

Y quienes piensan que sólo interesa la realidad actual, con olvido de las fuentes y de la tradición, incurren en un fundamentalismo de tipo sociológico.

La armónica conjunción de los tres estadios, vivida con un discernimiento escuchante del Espíritu, es lo que puede hacer que el Pueblo de Dios sea Iglesia fiel de Cristo. Una Iglesia POBRE, sin privilegios heredados o conseguidos con Acuerdos con el Estado Vaticano, sobre su financiación, fiscales y de todo tipo, transmisora de paz y misericordia, es la que puede presentarse con autoridad en la esfera pública.

Fiel a sus orígenes y aceptando lo válido hoy de su tradición, ha de reconocer la realidad de la sociedad actual. Una sociedad plural en la que conviven personas de múltiples creencias e increencias, con pluralidad de posturas éticas y en la que prevalece la mercantilización neoliberal, causante de una desigualdad social creciente. Con sus luces y sombras que le obligan a mirarlas con objetividad, pero desde los ojos de los excluidos. Y, mirando también dentro: ver de qué manera incumple en su propia casa el Mensaje de Jesús, discriminando principalmente a las mujeres, religiosas y laicas, y al resto del laicado.

El primer papel a desempeñar por la Iglesia es el de su testimonio, desde la pobreza y en primera línea por la liberación de todas las exclusiones. No puede renunciar a alzar su voz que debe ser no de condena, sino de paz, justicia y libertad. Voz pública, nacida no sólo de la jerarquía, sino del trabajo conjunto de todos los segmentos del Pueblo de Dios.

Voz no impositiva, sino respetuosa con la autonomía del orden temporal, como una oferta de reconciliación y esperanza para los ciudadanos y los poderes. Tiene todo el derecho y el deber de pronunciarla, como una más dentro del coro plural de esta sociedad heterogénea y sin más autoridad que la de su debilidad y la fuerza de su convicción vivida como testimonio. ¿No se echa en falta esa voz profética denunciadora de injusticias y llena de ternura?

ACCESO DEMOCRÁTICO AL PODEROSO

El teórico alemán Karl Schmitt estableció nítidamente la distinción entre el acceso al poder y el acceso al poderoso. El acceso al poder consiste en la forma como se alcanza la cúspide en una comunidad política. Por vías violentas : una victoria militar o una revuelta triunfante; y las pacíficas: por la descendencia dinástica o a través de unas elecciones.

En cambio, analizar el acceso al poderoso nos descubre los mecanismos por los cuales se condiciona al poderoso, individual o colegiado. En el antiguo régimen, la gran nobleza y la jerarquía eclesiástica componían el núcleo que rodeaba al príncipe, le asesoraban e influían en sus decisiones.

¿Qué ocurre en los modernos Estados de democracia representativa?. Las elecciones son el método para designar al poderoso, primero censitarias, reservadas a los varones poseedores de un nivel alto de renta. La conquista del sufragio universal, para todos los ciudadanos mayores de edad, incluídas las mujeres, no fué fácil ni corta. Las resistencias que tuvieran que vencer fueron enormes. Hay dos sistemas de gobierno democrático actualmente: la parlamentaria, con una sóla elección en que se vota para el Parlamento y es éste quien designa al gobierno; y la presidencialista -con ejemplos máximos en USA y Francia-, con dos vías: una directa en la que se vota al Presidente con amplias funciones ejecutivas y otra a la Cámara o Cámaras Legislativas.

El acceso al poderoso se ha vuelto mucho más complicado. Por un lado es interno: el núcleo dirigente del partido gobernante presiona constantemente, si no hay un liderazgo fuerte, la presión puede asfixiarlo.

Y luego los externos: organizaciones empresariales, sindicales; medios de comunicación; organismos internacionales; ONGs independientes; sondeos de opinión privados y públicos. Y no digamos nada cuando se dan casos abundantes de corrupción en los que fuertes intereses económicos compran la voluntad de dirigentes políticos; el mal se agrava, cuando la impunidad tolera su repetición.

El problema se incrementa por el coste cada vez mayor de las campañas electorales. Quienes las financian generosamente, no la hacen altruístamente. Esperan luego luego recibir su remuneración. Se impone limitar esos gastos y la transparencia de esas donaciones, prohibiéndolas incluso a partir de ciertas cantidades, sean de particulares o grupos empresariales.

La cuestión de los accesos al poderoso será siempre un problema. La opinión pública tiene derecho a conocer quienes son y cómo actúan. Se impone un regulación estricta de los lobbys y de su actividad. ¿Están dispuestos los partidos mayoritarios y estos grupos a acometer esas medias necesarias para una elemental higiene democrática?.

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