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Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
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Sufrir con paciencia los defectos del prójimo

Actualizado 15/02/2016
Antonio Matilla

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¿Y cómo sufren los demás los míos? Es fácil ver la basura que ponen otros a la puerta de mi casa, pero lo mismo dirán otros de la que yo esparzo, sobre todo cuando no me dé cuenta de ello, pues es lo normal acostumbrarnos cada uno a nuestros propios defectos y llegar a considerarlos como cosas normales, si no como virtudes. De modo que lo primero que debemos plantearnos es: ¿cuáles son mis defectos y cómo los sufren los demás? A este respecto es muy conveniente hacer memoria de las personas que nos han querido y nos quieren y han sido capaces de arriesgarse a perder su tranquilidad para hacernos caer en la cuenta de un defecto, un error, un vicio. Está bien tomar nota cuando nos ríen las gracias, pero es mucho más importante la corrección fraterna. Siempre que sea fraterna y no un exabrupto, que de todo hay y no genera sino rechazo y encastillamiento en el error? Y así, cuando me prohibieron fumar en todas partes, tuve una época de esforzarme en fumar por doquier, hasta que, sin presión exterior aparente, me lo pensé tres veces desde mi interior y llegué a la decisión libre de dejarlo.

La autoconciencia de nuestros defectos nos hará ser más comprensivos, a no juzgar, a no sentirnos superiores a nadie y a tratar al prójimo molesto con una sonrisa cómplice. Mal de muchos, consuelo de tontos, suele decirse, y un mal muy extendido es el individualismo, que se refleja muy bien en una frase ingeniosa que escuché hace días: "Todo el mundo va a lo suyo?¡menos yo!...que voy a lo mío". Ser conscientes de nuestros defectos proporciona sentido del humor. Es necesario y conveniente reírse en primer lugar de uno mismo. Hace muchos años, Heliodoro Morales, a la sazón mi párroco, me confesó que había días muy malos en que no conseguía reírse; pues bien, dijo, cuando voy a acostarme abro el armario de mi cuarto, que tiene un gran espejo, me miro en él y, como soy tan feo, me mondo de risa y así, después de haberme reído, ya puedo irme tranquilamente a la cama. La alegría es un síntoma de fe; saberse amado y perdonado por Dios y por el prójimo nos ayuda a sufrir con paciencia, en primer lugar, nuestros propios defectos y manías, a ser misericordiosos con nosotros mismos y nos facilita el sobrellevar los del prójimo sin perder el humor ni el amor. Con humor, amor y paciencia se puede cambiar y hacer cambiar. En los tiempos que corren, tan estresados y políticamente tan indefinidos, bueno será intentar esta obra de misericordia.

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