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Mirar para ese lado
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Mirar para ese lado

Actualizado 12/02/2016
Luis Miguel Santos Unamuno

Vale, sí, soy profesor. Parecerá que soy parte interesada. Y lo soy, estoy muy interesado en el desarrollo de mis alumnos, en su bienestar. Estoy muy interesado en todos y cada uno de ellos, en que aprendan, claro está, los contenidos que se imparten en el insti y también que su paso por el colegio y el instituto no les resulte gravoso. Soy parte interesada en su felicidad.

Esta misma mañana tuve que posponer un par de asuntos prosaicos delante del ordenador cuando se presentó una situación inopinada, que no inusual. Una profesora se encontró un cierto revuelo en los pasillos del instituto en el cambio de clases y detectó lo que parecía un ajuste de cuentas o una petición de explicaciones de dos alumnas a una tercera, cosas de las redes sociales. Intervino en el acto, las introdujo en un aula cercana y se interesó por las circunstancias de la, digamos, pelea. Luego me lo comentó porque en temas de convivencia el orientador suele intervenir. En el recreo ya nos habíamos reunido la Coordinadora de convivencia y yo mismo con las tres implicadas pues como eran de diferentes clases no era sencillo involucrar a varios tutores o tutoras. Quizá diga el Reglamento que no se puede hablar con un menor sin la presencia de sus padres, quizá lo diga. Pero los profesores, al menos en los ámbitos en los que me he movido, hacemos intervenciones de este tipo continuamente. No toleramos los motes, ni las faltas de respeto, ni mucho menos las amenazas, ni las peleas. Pero puede ser que al girarnos para anotar algo en la pizarra, perdón, para conectar el ordenador al cañón, un alumno le rompa los deberes a un compañero o unas alumnas hagan un gesto despectivo hacia una compañera a la que, envidiosas, quieren ridiculizar por haber obtenido una buena nota.

¿Recuerdan sus años de instituto?. Parecen lejanos ya. ¿A que no acosaron a nadie? Sólo le cantaron los gallos a algún compañero entre risas cómplices. Era un poco la ley de la selva y los profesores no se coscaban de nada. Ya teníamos cuidado de hacerlo cuando no miraban. Pero sí hubo gente que lo pasó mal, que sufrió las chanzas o los acosos de los más fuertes. Yo era bajito entonces pero, por algún motivo, supongo que la capacidad de defenderme, no fui víctima de lo que ahora llaman bullying. Por allí andaban el Peseto, la Domadora, la Botellita, la Nila, ¡la de Francés! No sé yo si hubieran podido ayudarme, los recuerdo a distancia sideral de nuestros pequeños círculos secretos de adolescentes ensimismados. Éramos como agua y aceite.

Ante la tragedia de la muerte se desmoronan las argumentaciones sensatas, aparece la visceralidad, la necesidad de encontrar una explicación tranquilizadora. Se pide justicia, a veces rozando la venganza. Unos padres destrozados piden explicaciones por el suicidio hace unos meses de su hijo de 11 años. No se sentía capaz de volver al colegio. escribió. Y, enseguida, los profesores son sospechosos de "no hacer nada" y mirar para otro lado. (¿Alguien denunciará a ese padre que, imprudente, vio como las olas arrastraban a su hijo al mar?. ¿O quizá ese mismo padre acabe denunciando que el Ayuntamiento no puso suficiente policía y barreras sino tan sólo unas cintas que pudo sortear?. ¿Podrán perdonarse los y las que se colaron en el Madrid Arena el saber que estaban donde no tenían que estar?). Habrá que esclarecer lo sucedido pero el primer pensamiento, la primera noticia ya siembran la duda. Los centros escolares son un microcosmos con unas características especiales pero muchas veces se mimetiza en ellos la realidad exterior, con los miedos de unos, la vulnerabilidad de otros y la violencia de unos terceros. Responsabilizar a los profesores sería tanto como culpar a los padres porque no dotaron a ese hijo de mecanismos de defensa, de asertividad, de tolerancia a la frustración y sólo encontró el camino del suicidio. O a la sociedad, a todos nosotros, que seguimos enredados en lenguajes políticamente correctos para evitar pequeñas discriminaciones mientras exponemos a los menores a la violencia en todas su formas algo que, hace ya muchos años, advirtiera el psicólogo Albert Bandura en su teoría del Aprendizaje Social. Si observan, aprenderán. Y no sólo la violencia. También si observan nuestra capacidad para eludir la responsabilidad de nuestros actos, para buscar siempre un culpable que no soy yo, será difícil que crezcan como ciudadanos responsables.

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