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Con "rastas" se puede ser presidente
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Con "rastas" se puede ser presidente

Actualizado 26/01/2016
Fernando Robustillo

Aún no salimos de nuestro asombro al recordar las adjetivaciones de postureo, circo mediático y muchas otras expresiones formuladas contra esos señores que, sin estar vivos en la España de la Transición, apuestan por aquella idea de Suárez de llevar a las

[Img #535958]Y como la calle, no los círculos políticos inmovilistas, veían normal la legalización del Partido Comunista, Suárez, muy inteligente, una mañana nos puso a Carrillo de desayuno en todas las portadas de la Prensa. Hechos consumados que poco a poco asumieron los poderes fácticos como la única fórmula de acercamiento a un pueblo huérfano de Constitución y expectante para no abrirse como una incontrolada botella de champán. Aquello fue una expresión máxima de credibilidad política: si la calle quería libertad plena y los comunistas se quedaban fuera, la democracia hubiera nacido sin su esencia misma, es decir, bajo vigilancia.

Hoy, que todo es más sencillo, aunque la Economía nos traiga por la calle de la amargura, la política de gestos sigue siendo absolutamente imprescindible. Por tanto, la mayoría de la gente no ve como algo extraordinario que los diputados elegidos el 20D puedan ir al Parlamento con vaqueros, con mochilas, con "rastas", en bicicleta o transitar por la calle como cualquier otro ciudadano. Mientras cumplan los reglamentos, normas y leyes que emergieron de la Constitución, además de que Sus Señorías no den el espectáculo con insultos entre sí, no sean corruptos, no tengan ambiciones particulares desmesuradas o no hagan uso de apuestas engañosas para su supervivencia, al pueblo español le importará muy poco los atuendos con los que se vistan o los peines con los que se atusen. Mejor es ver un Parlamento de esta guisa que aquellas Cortes del Generalísimo, de infausto recuerdo, que en su mayoría se encontraban metamorfoseadas con corbata negra y camisa azul para satisfacción de los falangistas.

No obstante, no sabemos si las Cámaras olerán peor o mejor que la casa de Gran Hermano, eso es tan de régimen interno que ni nos importa ni puede enturbiar las grandes tareas que los diputados y senadores tienen encomendadas. Pero como alguna señoría relevante ha llevado dicha higiene al primer plano de la actualidad, nos atrevemos a contradecirle para reafirmarnos en lo dicho: lo que importan son los hechos, no los protagonistas. Aunque si hablamos de higiene refirámonos a la higiene para el pueblo. Hagamos un repaso de la Historia y viajemos a aquella España de los Ilustrados de la que sin la ayuda de Google y de los libros seríamos incapaces de recordar ni el vestuario de aquella gente ni apenas unos cuantos nombres de científicos, médicos, intelectuales y políticos que propagaron la urgencia de una nueva concepción sobre la salud pública. Sólo sabemos lo que importaba: que hubo responsabilidad y voluntad política para atajar un problema que era foco de muchas enfermedades.

Así, se dictaron leyes u ordenanzas de rápido y estricto cumplimiento en Madrid que pronto se extendieron al resto de las ciudades españolas, y de esta manera se prohibieron costumbres que venían desde el principio de los tiempos. Ejemplo de ello: prácticas como las de tirar animales muertos a la calle, sacrificar las reses en las mismas y, sin precaución alguna, rezumando sangre, echarlas a los carros y dejar al paso un reguero sanguinoliente. Un tiempo aquel en el que al grito de "¡Agua va!" se arrojaban todo tipo de desechos y aguas fecales desde las ventanas a la rúa sin importar si alguien era alcanzado en su huida.

Estos son un par o tres de ejemplos, pero existen buenas publicaciones sobre el cambio del antiguo al nuevo orden, que fue cuando se puso freno a aquellas escatológicas rutinas, o también testimonios pictóricos que dan fe de ello, época que le tocó vivir a Francisco de Goya, nuestro pintor de "las majas", aunque a nosotros nos guste más "la Marquesa de Santa Cruz", cuadro que fue adquirido por Franco para regalar a Hitler y que, gracias al destino, hoy está en El Prado. (Aquel regalo sí hubiera sido sucio). Goya, por su larga vida para la época, conoció los reinados de Fernando VI, Carlos III, Carlos IV, José Bonaparte y Fernando VII. Y fue testigo del cambio en la higiene del pueblo que se produjo desde el primero al último. (Aunque no por seguir este orden el último fuera más digno con el pueblo que los anteriores. ¡Ni hablar!).

Pero no nos queremos desviar de los hechos que nos trajeron hasta aquí y hoy debemos hacer hincapié, por ejemplo, en ese político de las "rastas", el singular don Alberto Rodríguez (siendo amables también con la señora Villalobos, que digamos que ella dijo que sus sobrinos también las llevan y no tienen por qué ser sucias), al que deseamos un acuerdo mayoritario para acabar con el paro o que la gente no sea pobre trabajando, que ningún niño carezca de luz y calefacción en su casa y que a ninguna anciana la echen a la calle por desahucio como si fuera un desperdicio de hace doscientos cincuenta años, si lo consigue, bastante nos importa que se afeite las cejas o se ponga corbata... ¡Nosotros le haríamos ministro, vicepresidente o presidente, lo que quiera!

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