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Elogio de Amazon
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Elogio de Amazon

Actualizado 15/01/2016
Luis Miguel Santos Unamuno

Me habría gustado comenzar parafraseando a Fray Luis de León con un Decíamos la semana pasada pero la peculiar esencia de los diarios digitales que se leen a salto de pantalla ha pervertido ese tipo de citas en que se tiene en cuenta el factor tiempo y uno ya no sabe cuándo ni dónde está colgado (este verbo sí que causa inquietud) en la red. Bueno, por lo menos nuestros escolares ya no se desesperarán pensando si ojear va o no con hache pues no se hojean los periódicos digitales, de los que ni siquiera se puede decir que sean diarios.

Bueno, al grano. Y el grano es que muchos muchos estamos escribiendo en esta web sobre la anunciada desaparición de la librería Cervantes que tanta tristeza nos produce. Y hemos querido agradecer que haya estado ahí acompañándonos. Y algunos hemos agradecido también el esfuerzo de amantes de los libros que se mantienen en la brecha y a veces con nuevas maneras de entender el negocio del librero, nuevas formas de librerías, de espacios de encuentro, como Hydria, Víctor Jara o Letras Corsarias nos siguen acompañando. Así que, como sé que comparten conmigo esta pasión ("Formo parte de una sociedad secreta / que todos conocen / de hombres fracasados", canta Calamaro en Presos de nuestra libertad) espero que no se enfaden conmigo Mario o Suso pero quería confesar que también compro a veces en plataformas de venta online como La Casa del Libro o la denostada Amazon. Las utilizo, sí, para mi conveniencia, con la (quizá ilusa) esperanza de que no me traicionen un día cuando dispongan de todo el mercado. Porque, y ese es mi elogio, navegar o bucear (curioso que se utilicen ambos verbos, también antes te sumergías en las estanterías abarrotadas de ejemplares) por Amazon también me permite mantenerme cerca de los libros, y descubrir cosas nuevas, inesperadas, y recuperar clásicos y acceder a libros en otros idiomas. Y mucho más. Tan sólo cambia la manera de pasear, de tocar, de ojear, de decidir, de comprar. Y así he pasado horas navegando en Amazon, o Todostuslibros o Uniliber, buscando libros que recordaba y no localizaba, fichando libros que alguien me ha recomendado o de los que he leído una recensión en algún suplemento cultural y de los que quiero catar una muestra antes de enviar mi selección a la Lista de deseos, para otra vez, o al Carrito de la compra para esta vez. O a la basura, que también. A los que nos gustan los libros los buscamos bajo tierra, no importa la manera, y somos capaces de pasar horas en ellos y como cuando juego con mis alumnos a definir palabras desconocidas del diccionario y al leer el significado de una palabra está te lleva a otra, en la red (atrapado como un pez) un libro te lleva a otro, a la sugerencia de otros que compraron el mismo que tú estás pensando, a una edición anterior, y ya de paso a consultar si es mejor la traducción de Salinas, Berges o Manzano de A la recherche du temps perdu para saber cual comprar o para finalmente anotar que ese casi inencontrable comic de Lauzier lo tienen en una librería de Ferrol y así como sin querer preparas un viajecito de fin de semana a Galicia a por unas nécoras y lo que caiga.

Estas compras a golpe de click y envío por correo tienen un, casi diría, subproducto añadido del que acabo de disfrutar. Pues sucede que al encargar un libro que deseas te advierten de que no llegas a cierta cantidad por lo que te cobrarán gastos de envío y entonces al ver que sólo te faltan cuatro o cinco euros te planteas comprar otro libro que te compense el pago y entonces abres el abanico de posibilidades y buscas ediciones baratas y las encuentras como me pasó el otro día con Rue des Boutiques Obscures de Patrick Modiano que apenas costaba seis eurillos y me lo agencié, en francés y lo acabo de disfrutar (no es por fardar, es fácil de leer.)

Las cosas como son, este espíritu de explorador me mantiene mucho más al tanto de mis preferencias de libros de lo que lo estaba antes. Aunque abandone un poquito, no demasiado, a mis libreros. Aunque no huela comprar por internet, porque es verdad que no huele como olía el sótano de Cervantes, salvo que estés confortablemente sentado en tu casa y en el fuego se esté terminando de cocer una paella o los muebles desprendan olor a cera o que hayas pedido la contraseña del wifi en una acogedora cafetería donde el olor a café te acompaña en tu búsqueda online.

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