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Papel de regalo
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Papel de regalo

Actualizado 09/01/2016
Tomás González Blázquez

Encerradas hasta el año que viene las carrozas de los Magos (esperemos que sin tanta política "cabalgatil" por medio), consumidos en el desayuno del Día Nacional de la Báscula los restos de roscón, recogido con nostalgia y debidamente empaquetado el Nacimiento (de esto trata la Navidad), recluido el espumillón a sus cuarteles de invierno y abierta la veda de las rebajas, en los contenedores azules gana por mayoría absoluta, sin necesidad de pactos a la balear ni grandes coaliciones, el papel de regalo. Papel de colores, papel brillante, papel de lujo, papel sorpresa. Papel de envolver condenado a la gloria efímera, que tanto tiene de infierno. Doblado y moldeado con esmero, o quizá con cariñosa torpeza. Describiendo líneas rectas y perfectos ángulos en sus esquinas, o bien abombado y superpuesto. A veces maquillado con etiquetas y engalanado con lazos, y en cualquier caso, pese a la presencia del adhesivo que lo estira y acomoda, apartado siempre como un obstáculo, ya sea con prisas o con paciencia. Guardado por algunos hasta la siguiente limpieza general, pero entregado por casi todos a las fauces del contenedor azul. Papel de regalo, papel reciclado, papel triturado, papel reencarnado en página de poemario, receta de antibiótico o servilleta de bar.

No nos basta, no, con la epidermis del paquete, con el barniz del regalo. Queremos saber más. Ojalá fuera así siempre, pero pasa lo contrario. De tantas personas, extraemos la piel, la apariencia, la exterioridad, la utilidad, la materia, mientras que la entraña, la esencia, la interioridad, los adentros, el alma, los enviamos al contenedor. Al gris. Nos conformamos para emitir el juicio con el pobre indicio del papel de regalo, que siempre engaña, pues no deja de ser un tupido y estúpido velo, y renunciamos a descubrir el regalo verdadero. Si, como ocurre a menudo, viene envuelto en papel de estraza con manchas de grasa, o en amarillentas hojas de la sección de sucesos de un viejo periódico, no nos apiadaremos de él, ni le otorgaremos la gracia del beneficio de la duda. A la basura sin apelación posible, donde se regenerará, sigilosamente, como suelo fértil, flor hermosa y fruto bueno.

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