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Año nuevo, mismas miserias
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LA MOSCA COJONERA

Año nuevo, mismas miserias

Actualizado 05/01/2016
Luis Gutiérrez Barrio

Una vez más hemos traspasado esa barrera invisible que los humanos nos hemos marcado para finalizar un año y empezar otro.

[Img #522289]Más que barrera, diría frontera. Frontera tras la cual intentamos, como si de un territorio extranjero se tratara, dejar todo lo malo que hemos sufrido a lo largo del año y que una vez traspasada, ya en un territorio más propicio y fértil, sin el lastre de lo que nos oprime, de lo que nos impide andar con la libertad y la agilidad del que viaja ligero de equipaje, podamos empezar una nueva etapa de nuestra vida, llena de nuevos y magníficos propósitos. Es como si al traspasar el umbral del nuevo año, sufriéramos una catarsis mediante la cual nos liberáramos de todo lo malo, de todo lo que no nos gusta y que a partir de ese momento, todos nuestros propósitos se fueran a realizar así, como por arte de magia, como si los hados malignos no fueran capaces de traspasar ese umbral, como si hubiéramos colocado en él ajos, crucifijos, agua bendita? que impidieran su paso.

Pedimos y pedimos para el año que acaba de entrar, como los niños piden en su carta a los Reyes Magos, como si hubiera alguien, no sé dónde, ni quien, que tuviera el poder de hacer realidad nuestros deseos, solamente porque nosotros se lo pedimos, porque pensamos que lo que pedimos es justo, necesario para que podamos vivir mejor, y no sólo lo pedimos para nosotros, sino que esos deseos, esas peticiones, las hacemos extensivas a toda la Humanidad y al mundo en general. Pedimos que se acabe el calentamiento global, que el hambre y la miseria desaparezcan del mundo, que la justicia y la solidaridad se hagan presentes en todos los humanos, que los corazones más pétreos se ablanden y permitan que haya pan y justicia para todos, que las guerra, todas las guerras del mundo, desaparezcan para siempre?. En fin, una serie de cosas que todos estaríamos dispuestos a firmar ahora mismo, pues claro que sí, pero eso, a firmar, como si estampando nuestra firma en un papel, se solucionara todo. Como si, por cursar una estancia, solicitando paz, amor, justicia y felicidad para todos, ya podemos quedar tranquilos y orgullosos de nuestro actuar. Nos sentimos solidarios porque hemos firmado no sé cuántos manifiestos, nos hemos sentado a las puertas de no sé cuántos ministerios, nos hemos encadenado a tropecientas rejas, hemos dado al "me gusta" a miles de mensajes de paz y solidaridad, hemos lanzado otros tantos miles que andan pululando por la red con ingeniosos y bellísimos textos y escalofriantes fotografías, la policía nos ha perseguido y los medios han sacado fotografías con los antidisturbios arrastrándonos? Pero qué pasa a la hora de actuar, de hacer que esos deseos se materialicen en nuestro prójimo más inmediato, en ese que está día a día pidiendo en la esquina por la que pasamos un montón de veces al día y aún no nos hemos parado a hablar con él, que no sabemos de su miseria, de su realidad familiar, de su tragedia diaria, de qué pasa cuando regresa, allí dónde quiera que tenga su "hogar", en el que tal vez le espere una familia, y les entregue la miseria que los "buenos ciudadanos" hemos tenido a bien dejarle caer en su caja de cartón, sin mirarle siquiera a los ojos.

Buscaremos y encontraremos mil razones por las que actuamos de esta manera. Nos justificaremos con mil argumentos. Nos convenceremos de mil formas para acallar nuestra conciencia. Conciencia que se verá plenamente reconfortada porque apoyamos causas muy justas, nos solidarizamos con problemas terribles, exigimos a cuantos haya que exigir, soluciones para esos terribles problemas? pero, qué casualidad, casi todos ellos están muy, pero que muy lejos de nosotros.

No quiero decir con esto, ni mucho menos, que no haya que apoyar esas causas, que aunque están fuera de nuestras fronteras necesitan de nuestro apoyo y nuestra ayuda. Lo que quiero decir, es que hay que dar un paso más, que bajemos un poco la mirada. A veces, levantamos tanto la cabeza para ver qué pasa al otro lado de la tapia, que no vemos lo que está pasando en nuestro patio.

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