OPINIóN
Actualizado 30/12/2025 14:53:26
Raúl Izquierdo

A punto de estrenar el nuevo traje de trescientos sesenta y cinco días, ese que sí o sí, me voy a tener que poner a partir del uno de enero. Y es que, aunque el tiempo es una línea continua, necesitamos acontecimientos que marquen el final y el inicio de ciclos, seguramente para hacer más interesante y entretenida la vivencia del tiempo que sigue fluyendo y no para. Cuando empezamos un año, en realidad comienza algo novedoso, del que no sabemos nada pero lo esperamos todo y en el que ponemos todos nuestros mejores deseos, acompañados casi siempre por poca determinación y escasa capacidad de tomar decisiones para que esos sueños bajen del reino del Olimpo a la cruda realidad. Pero ahora, quiero hacer balance de lo vivido en este dos mil veinticinco, de lo que yo he experimentado y sentido, del camino andado o el que me quedó por recorrer, de cara a lo que viene ante este saco de semanas venidero.

En primer lugar, la gente a la que quiero la sigo queriendo incluso más, familia o amistades, que han formado parte de mi historia en este año y allí han estado cuando he necesitado un hombro en el que consolar las penas, desahogarme, o cuando he necesitado llenar las copas de la alegría. También en medio de la rutina de cada día, en esa hora que aparentemente no brilla, en los días de casi nada y de lo de siempre. Todas esas personas que son para mí vitamina, mineral y proteína, las personas que me enseñan, me hacen tener más ganas de vivir y me aportan algo. Las que me han corregido de forma respetuosa cuando me he equivocado o han sido benevolentes ante mis meteduras de pata.

Por otro lado, quiero desterrar de mi corazón a la isla de los olvidos a esa otra gente con frecuencia me ha envenenado el ánimo, y cuyas palabras, gestos o ausencias han sido como cianuro en mi vaso. Esas personas que me han gritado a destiempo, que me han juzgado y criticado sin escucharme antes, que han llenado de hiel mi zurrón vital. No las juzgo, pero quiero quitar o al menos rebajar su influencia en mí. Las personas que han tenido poder este año para amargarme o sacarme de mis casillas.

Porque al final, yo decido quienes son las personas con las que quiero caminar las veredas de mi existencia ya que con el paso del tiempo, voy viendo que hay personas que te llenan de cadenas y otras que te dan alas, personas que te alimentan y personas que te malnutren. También voy confirmando que yo mismo tengo que trabajarme gestionar esa distancia o ese acercamiento y que no quiero vivir rindiendo pleitesías o haciendo cálculos relacionales. No, no quiero ser un drogodependiente del qué dirán, de caer bien a todo el mundo o de actuar según unas u otros esperan de mí. Tengo que estar dispuesto a decepcionar a algunos seres humanos, o a que mis acciones o decisiones no obtengan el más mínimo aplauso. Me gustaría ser más libre para no tener que utilizar las caretas para parecer lo que no soy o el maquillaje de la cómoda equidistancia para evitar complicaciones y reproches. Me gustaría que el miedo a los conflictos no paralizara me paralizara.

Y que yo también sea puertas abiertas o al menos ventana entreabierta para quien necesite un rato de mi escucha o compañía. Que mi tiempo siga siendo lo más valioso que pueda regalar y que mi mirada siga mostrando debilidad por los que no tuvieron tanta suerte como yo o no tomaron las mejores decisiones. Que siga afinando el diapasón de mi corazón con tantas canciones que hablan de vida, alegría y fiesta. Y que no me olvide yo mismo que un día nací y un día moriré, como lo harán todos los seres humanos, y que alguien ya pensó en mí incluso antes de nacer y me recogerá entre sus brazos cuando termine mi historia. Feliz año nuevo a todas las personas que alguna vez han tenido la ocurrencia de leer algo de lo que escribo, hecho entre cerebro y corazón, esos caprichosos a los que les gusta tanto hablar a través de un bolígrafo y un folio en blanco.

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