"Queridos niños" (locución antigua)
En una democracia que se quiere moderna, avanzada y social, la imagen del navideño discurso del Jefe del Estado cada diciembre, es una de las señales de la paralización social del país, repetitiva y asfixiante, y a poco que se interprete su sentido y se analice su significado, la constatación (dolorosa) de las dependencias, deudas e hipotecas que la sociedad española mantiene con los mecanismos franquistas de la colonización de los ejes de su (supuesto) desarrollo: la estructura económica, judicial, cultural, defensiva y clerical, exaltadoras todas de la monarquía.
La misma puesta en escena del citado discurso, su imagen palaciega, su inocultable clasismo nobiliario y, sobre todo, su presencia unánime y simultánea en casi todas las emisoras de radio y televisión, la preponderancia informativa que los días siguientes se le otorgan en todos los medios de comunicación escritos, hablados o en cualquier forma de difusión en redes y plataformas españolas, dan lamentable noticia de que una institución tan inútil, atávica, inservible, ineficaz e improductiva como la monarquía, impuesta además por el franquismo, sigue siendo norte y ancla de un sistema informativo dependiente en exceso, cuando no cómplice y acólito, de los intereses políticos y económicos de las clases dirigentes (eso que algunas voces, silenciadas convenientemente, han llamado “la casta”).
Pocas fechas antes, a principios de diciembre, con la excusa de una celebración democrática en el llamado Día de la Constitución, un denominado “besamanos” muestra una de las imágenes más vergonzosas e indignas para un país y para la honra de sus ciudadanos, cual es la fila de autoridades políticas, personalidades de diferentes ámbitos y nombres relevantes de la sociedad española, guardando turno para dar la mano a los representantes de esa misma monarquía borbónica, en una celebración de la sumisión de todos los estamentos políticos, económicos y sociales a una institución tan vana como infecunda para la convivencia.
Imitando la “homilía” borbónica de la Nochebuena, los presidentes autonómicos, auto-investidos de una suerte de ridícula trascendencia, dirigen sus respectivos discursos a los súbditos de sus regiones, remedando tanto la puesta en escena como esa forzada “naturalidad” ensayada de forzadas solemnidad, lo que duplica la sensación de dependencia de los ciudadanos (en realidad consumidores, súbditos, clientes, votantes, pacientes…), a los que, mayoritariamente, no les faltará el mensaje navideño de “su” alcalde o, incluso, el festivo convite de su patrón o su director en la empresa donde trabajen, creándose una cadena piramidal de mensajes navideños, a los que no distingue en absoluto su contenido, siempre lagotero, adulador y cobista aunque siempre, también, auto-propagandístico, huérfano de autocrítica y siempre, siempre, basado en un autoritarismo clasista insoportable.
La práctica imposibilidad de huir de los chantajes comerciales, políticos y económicos (también gastronómicos y mercantiles, luminosos, urbanísticos y comerciales) en que se han convertido las celebraciones religiosas (esa es otra) del fin de diciembre, no impide que la sensibilidad y la voluntad de quienes quieren defender su condición de ciudadanía libre y su igualmente libre opción de elegir los momentos de sus alegrías, las fechas de sus celebraciones y el sentido de sus brindis, desprecie y rechace los envoltorios de falsa fraternidad, los mensajes, los sobeteos, los consejos y los anuncios con que los próceres electos y los designados quieren colocarnos en uno u otro lado de su fila besamanos. Y ahí no vamos a estar nunca.