CULTURA
Actualizado 23/12/2025 08:24:44
Redacción

"En este poemario hallamos un diálogo entre la melodía del mundo y de los seres que salvan y protegen y, en contrapunto, las sombras de la herida y la intemperie", afirma María Alcalá

Reseña de María Alcalá sobre el poemario 'Hebras de Sílabas', de José Luis Puerto

El poeta que se presentara en anteriores entregas como ‘tejedor de palabras’ nos da en esta última las claves de su título, Hebras de Sílabas, tanto al principio del poemario como al final, en esos apartados, ‘Entrada’ y ‘Retirada’, que enmarcan las otras cuatro partes que lo integran. En el primero, un texto en prosa, nos habla de un ‘decir’ que <<se nos ha ido convirtiendo en un silabeo, marcado por la atención hacia lo pequeño, la naturaleza, el arte, el mundo, los otros, el misterio de la vida y de la muerte…>> (17). Y esa labor, <<minuciosa, atenta y constante>>, la compara con la de las mujeres que en su infancia él veía bordar, <<hebra a hebra>>, por las tardes. Por otra parte, en ‘Retirada’, en el poema (hebras de sílabas), leemos: <<Solo escribir de aquello que se ama/ […] Y hacerlo con las hebras de las sílabas/ Hasta trazar ese dibujo,/ Huella de nuestro paso por la tierra.>> (179).

Si en su anterior poemario, Ritual de la inocencia (2023), la palabra de José Luis Puerto se situaba predominantemente en un territorio de luz y celebración, en este último hallamos un diálogo entre la melodía del mundo y de los seres que salvan y protegen y, en contrapunto, las sombras de la herida y la intemperie, línea temática que se manifiesta ahora con una mayor presencia; a veces, incluso con crudeza, como en el poema titulado, significativamente, (devastación) (142). Pérdida, derrota, muerte, desprotección, incertidumbre acerca de la propia existencia en este mundo y acerca de estos tiempos.., a la espera del ángel que <<Tantas veces no acude>> (147) y <<De algún Godot/ Que nunca da señales/ Y del que no sabemos nada>> (121)… De todo ello da cuenta el poeta, a corazón abierto, pero no se queda ahí. Busca la melodía de aquello que nos salva y da sentido: principalmente, <<contemplar el mundo>> y <<estrechar nuestra mano/ Con el latido de los otros,/ Con esa melodía/ Que fluye por los seres y se expande>> (77).

En cuanto a la contemplación del mundo, desde pequeños detalles, como una gota de agua suspendida en una rama, hasta lugares y paisajes (una ermita, unas montañas…), pasando por la lluvia, plantas (álamos, cerezo…), animales (particularmente, pájaros), objetos (un libro, un cestillo de manzanas…) o momentos, como el comienzo de la mañana o el florecer de un jazmín, se trata de detenerse a percibir, a recibir lo que ofrecen, a leer sus señales, aquello que dicen del propio observador, de todos nosotros, a trascenderlo. Lo contemplado puede así, en muchos casos, convertirse talismán, en territorio de calma y protección frente a la intemperie.

En lo referente al contacto con los otros –y, particularmente, con la gente más humilde-, es para el poeta la fraternidad fuente de luz y apoyo fundamental en el existir: <<Ese corro dichoso/ De la fraternidad,/ En el que todos compartimos/ La melodía más clara del mundo, /También la más hermosa,/ Porque solo en la luz,/ Ay, nos dignificamos>> (137). Y está también el amor, no solo en ese contacto, en la entrega y el compartir con nuestros semejantes; también, en el amor a la persona que lo acompaña en la vida: <<Pues de nada carezco/ Cuando existo contigo./ Pues todo me es dichoso/ Cuando existo contigo>> (168).

Si la contemplación del mundo lo lleva a un sentimiento de pertenencia a un cosmos, y el contacto con los otros a una profunda consciencia de pertenecer a una colectividad, el poder expresarse a través de la palabra, <<en busca de sentido, de sentidos>> (17), tratando de que sea una palabra <<sobria, sencilla, limpia, clara… que quisiera estar al alcance de todos>> (18), esa palabra <<que a todos pertenece>> (97), viene a reforzar y a sumarse, como valiosa pertenencia, a lo anterior: <<Pertenezco a una lengua/ Que me otorga sentido/ Para existir con los demás, con todos>> (105).

No necesita el poeta nada más: <<Existir ya es un logro,/ No necesito más>> (171). Apunta así a lo esencial para, aun existiendo en la intemperie, trascender la herida y, entretejiendo melodía y contrapunto, hebra a hebra, sílaba a sílaba, hacer de su voz <<memoria,/ Canto, celebración y melodía/ Con que podemos expresar/ Todo aquello que amamos>> (180), pues es la pertenencia a algo que está más allá de la individualidad lo que nos da sentido, como expresa en uno de los últimos poemas del libro: <<No eres más que una sílaba/ De ese secreto nombre/ Del que formamos parte,/ Y al que pertenecemos,/ Que siempre se mantiene indescifrado/ En las regiones del misterio./ Somos parte de un nombre/ Y con eso nos basta>> (175-176).

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