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DEPORTES
Actualizado 23/12/2025 12:44:12
Carlos Cuervo

A los cinco años recibió un hígado nuevo tras una infancia entre hospitales. Hoy, con 30, completa pruebas durísimas con una limitación nutricional importante y un mensaje claro sobre la donación de órganos. Es el 12º protagonista de nuestra sección

Su historia clínica podría haber sido una excusa para el sedentarismo, pero él la convirtió en su motor. Guillermo González, trasplantado de hígado en su niñez, se ha transformado en un atleta de ultra distancia que entrena en Las Veguillas, su lugar de paz, y compite bajo los colores del Club Deportivo Alcer para visibilizar que hay mucha vida después de un quirófano.

Para la mayoría de los corredores, enfrentarse a una ultramaratón de montaña supone un desafío físico extremo. Para Guillermo González, de 30 años, el verdadero reto comenzó mucho antes de calzarse unas zapatillas. Su "línea de salida" se situó a los tres meses de vida, cuando una atresia biliar le llevó a una operación a vida o muerte. A los cinco años, un trasplante de hígado en el hospital La Paz de Madrid marcó el inicio de una segunda oportunidad.

"Mi infancia fue de hospitales y cicatrices, pero eso te curte el carácter", explica Guillermo con naturalidad. Lejos de compadecerse, hoy valora el simple hecho de estar vivo y poder "dar guerra". Esa guerra la libra ahora en el asfalto y, sobre todo, en los senderos de montaña, donde ha encontrado un terreno para probar que los límites suelen ser mentales.

Actualmente, este salmantino, que estudió Periodismo -de 2013 a 2017- y fui DJ en aquella época, entrena en Las Veguillas y combina la carrera a pie con el ciclismo por La Sierra, basando su preparación en datos, lectura y una disciplina innegociable. "Soy un friki de la productividad", reconoce.

Del confinamiento a la ultra distancia

Su entrada en el mundo del atletismo no siguió los pasos habituales. No hubo una progresión suave. Durante la pandemia, un vídeo de la Ultra Sanabria encendió la mecha. Sin apenas preparación previa más allá de una media maratón de asfalto, se inscribió en la maratón de montaña de la prueba zamorana.

"Me metí más de 40 kilómetros por el monte, que es mi paraíso, y ahí me cambió el chip", relata sobre aquella experiencia que define como una "dulce introducción al caos". Sí, como la canción de Extremoduro, uno de sus grupos favoritos. Desde entonces, su evolución ha sido constante. Aunque posee marcas más que respetables en asfalto —37 minutos en 10 kilómetros y 1 hora y 20 minutos en media maratón—, su verdadera pasión reside en la larga distancia y el desnivel.

Ha completado pruebas de exigencia extrema como la Ehunmilak en el País Vasco, conocida por su dureza y el barro, y carreras tipo 'Backyard', donde la resistencia mental es clave, llegando a acumular 47 kilómetros en su última participación.

Correr 60 kilómetros "a pelo"

Lo que distingue a Guillermo de otros corredores no es solo su trasplante, sino las consecuencias fisiológicas que este conlleva en la competición. Debido a su condición médica, tiene severas restricciones para ingerir alimentos durante el esfuerzo físico.

"Imagínate una ultra de 60 kilómetros sin geles, a pelo", detalla. Mientras otros atletas reponen energía constantemente, él debe tirar "de reservas, de lo poco que me entra de bebida y comida y, sobre todo, de cabeza". Esta capacidad de sufrimiento es su sello de identidad.

Por otro lado, Guillermo se muestra crítico con la falta de actividad en la sociedad actual y anima a la gente a que se mueva. Considera que la gente sana, a veces, "se acomoda" y que los mayores frenos son el miedo y el subconsciente. "El trasplante y todo lo que me ha derivado son mis circunstancias, no mis excusas", sentencia con firmeza. Para él, entrenar cuando llueve, nieva o tras una jornada laboral es una cuestión de compromiso personal. Ahora, el charro también se ha aficionado a jugar al pádel con los amigos -jugó al tenis de pequeño-, pero no es lo que más le cansa, sin duda.

Objetivos para 2026: La Vetona y la visibilidad

Con la mirada puesta en el próximo año, el calendario de Guillermo ya tiene fechas marcadas en rojo. En el ámbito deportivo, su gran objetivo es bajar de las cuatro horas en la maratón de montaña de La Vetona, que se celebrará en Béjar el próximo 30 de mayo. También baraja competir nuevamente en el País Vasco o probar suerte en el extranjero: "Según me dé y vaya todo...".

Sin embargo, cada kilómetro que corre tiene un propósito mayor: la visibilidad. Como miembro del Club Deportivo Alcer, busca concienciar sobre la importancia de la donación. De los aproximadamente 100 socios del club, él es uno de los dos únicos trasplantados que corren habitualmente.

"Donar órganos es el acto de amor más bestia que existe", afirma Guillermo, quien no olvida agradecer a la familia de su donante, a sus padres y amigos. Lo que Guillermo no dice que es son sus amigos y familia los que admiran su ejemplo de vida. Su mensaje final para quienes dudan en empezar a hacer deporte es directo: "Que se dejen de excusas. Correr te da una paz mental brutal, es un instante de luz". Y así acabará su 2025, corriendo la San Silvestre Salmantina bajo el deseo de tener salud y conseguir un "gran reto" que nada tiene que ver con lo deportivo.

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