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OPINIóN
Actualizado 22/12/2025 19:21:58
Toño Blázquez

Convierte su insomnio en arte creando complejas composiciones de color que exhibe con orgullo en las paredes de su habitación en la residencia

“Duermo poco, con cuatro horas me basta. A las tres de la mañana ando coloreando, mira este qué bonito es, me está costando mucho, pero merece la pena”.

María García es una mujer extraordinariamente viva y jovial, un caso peculiar y admirable. Considera un arte muy especial construir cataratas de colores en figuras geométricas organizadas de forma concéntrica en torno a un punto central, paisajes bucólicos, diosas de aspecto onírico y turbador. Una auténtica joya caleidoscópica este arte cuyo término -mandala- proviene del sánscrito y significa circulo, rueda o círculo sagrado.

Se originó en la India, alrededor del siglo I a. de C. y se extendió al Tibet, Nepal, China y Japón a través del budismo y el hinduismo. En estas creencias, el mandala representa la totalidad del cosmos y la relación entre el centro del individuo y el universo.

En occidente, en el siglo XX, el psicólogo Carl Jung introdujo los mandalas en la psicología como una herramienta para explorar la psique y facilitar el crecimiento personal, utilizándolos en sus terapias para que los pacientes expresaran su estado interior.

María, con 91 años, colorea su vida en la residencia sin salirse ni un milímetro de una ilusión y pasión por la creatividad y la costura envidiables. Un caso excepcional de temple, calma y filosofía ante la vida.

Nos enseña con entusiasmo y fervor las paredes de su habitación repletas de colores generalmente suaves y ensoñadores –“no me gustan los colores fuertes”-, cuadernos, libros… todos ellos imantados de un arco iris- que sugiere reposo, tiempo y un talento de cirujano muy llamativo.

Una edad para sonreír, hacer magia y ponerse el mundo por montera.

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