OPINIóN
Actualizado 19/12/2025 07:57:43
Manuel Rodríguez Fraile

Llevamos semanas en que dos temas saturan la opinión pública, los abusos y la corrupción, la pregunta es ¿Estaremos abusando y corrompiendo también la Navidad?

Anticipar la Navidad se ha generalizado, pero anticiparla no es sólo adelantar unas fiestas, es transformarla, alterar el calendario, las emociones, el modo de consumir, los ritmos habituales, y todo ello produce efectos visibles, pero también invisibles.

La lotería del día 22 diciembre se empieza a vender en verano y muchos ya se la traen de sus vacaciones estivales y tras la celebración del Día de Todos los Santos el 1 de noviembre, todo se acelera. La decoración navideña comienza a aparecer casi al mismo tiempo que la presencia en las grandes superficies los polvorones y turrones. Los escaparates se van decorando, se colocan en las calles duendes, pajes y camellos, las farolas, los árboles se llenan de guirnaldas y luces que a primeros de diciembre se encienden en los pueblos y ciudades en una desaforada carrera por ser los primeros y los más iluminados. Comidas de empresa, de amigos, de asociaciones, de partidos políticos. Y el corazón se nos va ablandando y se nos llena de buenos propósitos, de generosidad, de amistad, de ternura, lástima que este estado de alienación navideña apenas dure unos días. El vértigo de la Navidad se hace presente.

Pero esta excesiva anticipación que tiene como resultado una extensión de los días navideños que terminan por general con cierta presión. Hay decorar la casa, comprar los regalos, planificar las comidas, ver las posibilidades de acomodar a los familiares que nos visiten… y todo ello no atenaza, es como una soga invisible que nos priva de disfrutar de unos días que debieran ser apacibles y sosegados disfrutando de familia y amigos, porque es preciso anticiparlo todo.

Claro que anticipar las jornadas navideñas viene a cuenta, comercialmente hablando, porque significa fabricar más, distribuir más, vender y comprar más, en resumen, consumir más durante más tiempo, ese es el gran negocio de la Navidad.

No estoy en contra de las fiestas navideñas, pero me fastidia que se corrompan y se abuse de su particular espíritu, no el comercial sino ese de compartir con los demás que se esfume apenas los Reyes Magos de Oriente han dejado sus regalos y todo vuelve a la “normalidad”. A esa rutinaria en la que la dura realidad derrota a la fantasía, a la imaginación, a la buena fe, dejando tras de sí resaca y vacío.

Quizá no sea necesario renunciar a las luces, la decoración o los regalos, tal vez sería suficiente con ajustar las cosas, por recuperar un ritmo un más calmado de celebración. Dejar que los días lleguen cuando tienen que llegar, sin tratar de vivirlos por anticipado y en exceso.

En fin, mis mejores deseos para todos disfruten estos días como más les guste a ustedes no a los que quieren mercadear con estas fiestas. Que no les ataque el vértigo que hay tiempo para todo.

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