Ya descansas, Eva

Eva no era mi amiga, no tuve esa fortuna, porque me consta la lealtad inquebrantable con la que se entregaba a toda su gente. Eva era una vecina de Vitigudino, una mujer a la que siempre le tuve un especial cariño por la forma de entregarse cuando me hizo falta, por la manera con la que afrontaba la vida, por el afecto siempre presente y porque, sencillamente, me vio crecer.

Ese sentimiento personal es el eco de todo un pueblo que ha sentido de corazón su marcha. Porque lo que definía a Eva por encima de cualquier otra cualidad era que se trataba de una mujer buena. Noble, siempre dispuesta a ayudar y leal hasta el extremo.

Su vida fue un ejemplo de cómo exprimir la existencia con alegría, incluso cuando el camino se volvía empinado. Las enfermedades, lejos de apagar su luz, siempre la hicieron más fuerte; fue una luchadora incansable que plantó cara a la adversidad hasta el último momento, sin perder jamás esa afabilidad que la caracterizaba. Esa fortaleza se sustentaba en dos pilares: su familia y su fe. Eva deja un legado de amor incalculable en su marido, Eladio, un compañero excepcional; sus dos hijos, Andrea y Kiko, quienes hoy reciben el abrazo compartido y unos padres y una hermana a los que ella adoraba.

Rezó hasta el final. Su fervor por la Virgen del Socorro fue su otra pasion. Y no era algo impostado. Ahora recuerdo y cuento una anécdota de este mismo verano, el pasado 15 de agosto. En el cruce de las Cuatro Calles, al paso de la procesión, la voz de Eva se alzó con un potente "¡Viva la Virgen del Socorro!" que nos emocionó a todos y que hoy cobra un significado eterno.

Esa devoción y su bondad convocaron a una multitud en su despedida, su adiós, demostrando que quien siembra cariño, recoge una memoria imborrable. Desde aquí, toda la fuerza y el ánimo a su familia y a la legión de amigos que la lloran.

Tu lucha ha terminado, tu recuerdo perdura. Ya descansas, Eva.