Bueno, el abuelo soy yo. En realidad, no soy ni padre ni abuelo, pero bisabuelo podría haber sido. A lo que voy: cada vez se nos pone más fácil la vida a los mayores.
Por ejemplo: mi entidad bancaria, a la que soy fiel, sobre todo por pereza y por alguna camiseta que mi banco me regaló hace lustros, cada vez nos pone más pegas: a mi madre le cambiaron de sucursal con los ochenta ya cumplidos. Por mi parte, hace doce años yo tenía, en el centro de la ciudad, si no recuerdo mal, tres oficinas y la Oficina Central, o sea cuatro, Ahora solo tengo la central.
Cuando tengo que ir, sí o sí, a realizar alguna gestión presencial, aparte del recorrido callejero, que es más extenso que antes, la marcha de las manecillas del reloj, analógico o digital, parece como si les hubieran puesto pegamento y no avanzan ni p’atrás, o sea que, como dicen los de mi pueblo, te enterneces esperando tu turno.
A la fuerza ahorcan, dice el refrán y poco a poco he tenido que ir entrando en la banca digital para autogestionar transferencias y que no me cobren por ello; o sea, que ahora soy yo, el usuario, el que tiene que hacer las gestiones, que le salen gratis a mi entidad bancaria. Bueno, tal vez exagero y lo que sucede ahora es que mi banco tiene que gastarse una pasta gansa para protegerse de ciberataques y otras maldades contemporáneas y por eso no me paga el trabajo que yo hago en beneficio de mi banco.
Pero vamos al tema del título: estaba yo pensando en digitalizarme totalmente, instalar la aplicación de bizum[E1] , de Paypal y todas las aplicaciones de banca digital, cuando se me quitaron las ganas. Fue durante el apagón. Menos mal que siempre llevo dinerito en billetes o monedas para pagar un taxi, tomarme un café o invitar a comer a algún amigo el menú del día, que no suelo llevar en la cartera chistorras, soles o lechugas, como dijo el otro.
En fin, es lo cierto que mi entidad bancaria solo tiene tres cajeros en toda la almendra de la ciudad y los tres en la misma placita. Bueno, en puridad tengo que decir que tiene otros tres o cuatro cajeros en el límite norte de la circunvalación de Salamanca; están “dentro de la almendra”, todos los cajeros juntitos y puede pasarte, como me ocurrió la semana pasada, que unos abuelos más abuelos que yo, estuvieron pegados a los cajeros durante quince minutos, sin conseguir realizar las operaciones bancarias que se supone tenían previsto. Eso es peor que la escasez de cajeros automáticos.