En la Iglesia de Santo Tomás Cantuariense, la comunidad anglicana premia de nuevo a quienes defienden los valores de la cultura y el patrimonio artístico de Salamanca.
Una chova piquirroja para quien supo ver en la techumbre de Santa Clara, al pájaro con el que empezó todo. Raúl de Tapia Martín, biólogo, escritor, divulgador y director de la Fundación Tormes EB, no solo encuentra animales y plantas en medio de la naturaleza y de sus árboles de compañía –título de su fantástico último libro escrito con Clara Obligado- sino en ese patrimonio nuestro que tan bien defiende la Asociación Ciudadanos por la Defensa del Patrimonio de Salamanca, cuyos 25 años de vida no pueden tener mejor regalo que este premio otorgado en su segunda edición, por la comunidad anglicana de Salamanca.
Trabajo asociativo para reivindicar y cuidar lo nuestro y tarea divulgativa que, en el caso de Raúl de Tapia, espoleó la curiosidad de quienes recibieron en su primera convocatoria el premio La Chova Piquirroja, los historiadores independientes Miguel Ángel Martín Mas y Charo García de Arriba, a quienes debemos, junto al botánico, el descubrimiento de este emblema relacionado con Tomás de Canterbury, protector de la dinastía Platagenet de Berenguela, la reina que propició la edificación del Convento de Las Claras y la unión, en la persona de su hijo Fernando III, de los reinos de León y Castilla.
Los premios, entregados por el obispo Carlos López Lozano, quien fue reverendo de esta iglesia, son para él un acto que trata de agradecer y reconocer a las gentes de la cultura salmantina desde una parroquia que quiere “dialogar y servir” así como recordar el legado de Atilano Coco y su empeño de formación y justicia social. La cultura es una forma de creer en Dios y esa cultura la defienden, hace 25 años, estos ciudadanos enamorados del patrimonio que, según Isabel Muñoz Sánchez, nunca habían recibido un reconocimiento en Salamanca. Para ella, este premio colectivo, relató emocionada, tiene mayor importancia porque en esta iglesia fue bautizada, nació y vivió muy cerca y su padre aprendió a leer en la Escuela de Atilano Coco. Defiende su tarea como una forma precisamente de defender, conocer y amar una ciudad “que nos habla en cada esquina y a la que hay que aprender a mirar”.
Y mirar con ojos enamorados es lo que hace Raúl de Tapia desde su trabajo como biólogo. Inicia su intervención recordando a Joaquín Araújo, quien siempre dice antes de hablar que va a empezar a “predicar” y afirmando que los biólogos son “Los custodios de la obra de Dios frente a la codicia de los hombres”. Tapia recuerda que, tras el confinamiento, y animado por una amiga suya cantera, se fijó en la fauna y flora talladas en la piedra arenisca de la catedral de Salamanca, esa que se forma a través de las arenas arrastradas por el río. Allí encontró animales lejanos a la simbología cristiana como pavos reales, lirones caretos o jabalíes, así como vencejos tallados de espaldas o hermosos helechos a punto de desplegarse de su curva inicial.
Y en estas estaba cuando Miguel Ángel Martín Mas le invitó a ver la techumbre de las Claras y descubrieron una chova piquirroja, ave de montaña y acantilado, marginal en nuestra tierra que, si acaso, la recibe en la Sierra de Francia o en la de Gata. Esa chova que sorprendió al obispo Carlos López cuando llegó a Canterbury, porque allí era muy común este pájaro del que se cuenta que tiñó su pico y sus patas de la sangre de Tomás Becker. ¿Cómo en el siglo XII o XIII se pintó este pájaro en una techumbre salmantina? No sería por algún artista venido del norte… tirando del hilo, y de la explicación de Tapia, Martín Mas y Charo García de Arriba llegaron a la conclusión de que era un emblema Plantagenet de la reina Berenguela la Grande. Y el resto es historia. Tanto ellos como los biólogos, tienen, en palabras de Tapia, el deber de custodiar, estudiar, conservar y restaurar el patrimonio artístico, histórico y natural. Para él, si el siglo XX ha sido el de la conservación, el XXI debe ser el de la restauración y nos empuja a seguir contemplando arte y naturaleza, estos paisajes del alma que han perdido el paisanaje, y recuerda a Miguel de Unamuno en presencia de su nieto, el Doctor Pablo, citando al rector cuando dice que “los paisajes están despaisanados, tienen orfandad de paisanaje” y que es posible “que no necesitemos los libros, pero que siempre vamos a necesitar los árboles”. Árboles para estas aves, talladas por un artista que ahora, organiza los miércoles de Santo Tomás, para que la cultura siga viva en este templo románico, ahora consagrado a un santo ligado a la historia de una reina a la que reconocer. Como la cultura se reconoce en la comunidad anglicana que ya se apresta a preparar la Tercera Edición de sus premios La Chova Piquirroja.
Fotografías: Katia Martín y Fernando Sánchez Gómez.