SOCIEDAD
Actualizado 05/12/2025 13:16:06
Toni Sánchez

Un artesano local revela su particular "fórmula mágica" para mantener viva la ilusión de un dulce que, irónicamente, fue patentado por un odontólogo.

Entre el aroma a castañas y el brillo de las luces navideñas de la Plaza de Anaya, una nube rosa reclama la atención de los más pequeños. Este domingo, 7 de diciembre, se conmemora el Día Mundial del Algodón de Azúcar, una fecha que marca el aniversario de la presentación de la primera máquina automática en 1900. Sin embargo, en el corazón de Salamanca, la efeméride se vive lejos de la frialdad industrial y más cerca de la fantasía.

En el mercado navideño salmantino, la técnica se transforma en narrativa. Un artesano local, custodio de esta tradición dulce a los pies de la Catedral, comparte con los visitantes una explicación que parece sacada de un cuento, alejándose de los tecnicismos de la fuerza centrífuga. Según su relato, la máquina no funciona con electricidad convencional, sino con una colaboración fantástica: "Hay un duende que enciende la leña en el horno para que la máquina se caliente y otro que le da a los pedales de la máquina".

El resultado de este proceso imaginario es lo que él denomina "polvo de hadas", que se recoge hábilmente con una "varita mágica" para entregar a cada niño un pedazo de ilusión comestible. Una experiencia que, en pleno 2025, recupera la inocencia del nombre original del producto.

La gran ironía histórica: un invento sanitario

Detrás de este "polvo de hadas" se esconde una de las paradojas más curiosas de la historia de la gastronomía. Aunque hoy es el rey del azúcar, el padre de la máquina moderna que lo hace posible fue, precisamente, un profesional dedicado a combatir la caries: el dentista William Morrison.

En 1897, Morrison se asoció con su amigo y pastelero John C. Wharton para registrar la patente de un dispositivo eléctrico que fundía el azúcar y, mediante rotación, lo convertía en finos filamentos similares a la seda. Su invento debutó ante el gran público en la Feria Mundial de St. Louis de 1904 con un éxito arrollador: vendieron 68.655 cajas a 0,25 dólares cada una, recaudando una fortuna para la época.

Lo llamaron The Fairy Floss ("hilo de hadas"), un nombre que conecta directamente con la versión que hoy narra el artesano salmantino en la Plaza de Anaya, cerrando un círculo de más de un siglo de historia.

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