El libro está ambientado en la Italia, España, Nueva España, del siglo XVI. Aborda la historia del hurto de un volumen de poesía de la Biblioteca Apostólica Vaticana, que fue a parar a México, específicamente a Cuernavaca, o Michoacán, en la biblioteca de Juana de Zúñiga
Preludio
Las personas que siguen la columna —dudo que sean muchas, salvo el editor de la prensa, un puñado de amistades y alguien que buscando otro escrito haya dado por accidente con los nuestros—; ustedes que siguen la columna sábado a sábado, han visto cómo J. A. Laomao trabó amistad con un matrimonio de Kunshan, China. Por consiguiente, resulta innecesario referir las características de la relación; basta con mencionar que el matrimonio guarda algún parecido con el otro matrimonio de México, bien conocido, repetimos, por quienes se han dado cita en la columna de fechas anteriores. El matrimonio de Oriente lo conforman un bibliófilo y una odontóloga, en tanto que el de Occidente lo sostienen una restauradora de libros y un librero. Con esta aclaración, podemos darle un sorbo al café y comenzar la lectura de la columna que, como aparece en el título, tiene el nombre Otro día en Kunshan.
Kunshan
Una conversación en Kunshan con el bibliófilo del este del país y su consorte odontóloga versó sobre el contacto que se mantiene con amistades del pasado e incluso con personas del entorno laboral, como pueden ser los estudiantes egresados, en mi caso. Ellos lo han vivido casi en carne propia, debido a las anécdotas que les cuenta su hijo, ahora radicado en Brasil, con una larga trayectoria no solo como nadador, sino como instructor y entrenador también.
En las paredes de casa cuelgan cuadros de H. A. —quien tiene casi la misma edad que yo—, con su sonrisa característica, frente despejada, cabello abundante, dos rocas como hombros y cejas pobladas. Sus compañeras de clase —dijo el matrimonio— veían esas cejas como un bosque nocturno.
Brasil
Actualmente, vive en Brasil, en Río Grande do Norte, o Bahía. Me refirieron algunos detalles mientras me mostraban un par de álbumes fotográficos —uno azul, otro marrón, como los cuadernos de Wittgenstein— con fotografías de Natal, Mossoró, Salvador, Porto Seguro, Belo Horizonte, etc. Debido a la afición intelectual de los padres, aunque él se desempeñara en el campo de la natación, trabó amistad con el mundo de la cultura de la región. En un lugar reservado de la galería de casa, antes de avanzar al jardín de bambú y osmantos, el matrimonio tienen libros brasileños, algunos dedicados. El primero que me extendieron tenía la firma de Raimundo Carvalho. Mira —dijeron—, el volumen conserva una reproducción en miniatura de un cuadro del poeta: Carvalho escribe, pero también pinta. La imagen hablaba de la resistencia social, común en la región. El pueblo se unió para abolir la esclavitud y buscar la justicia. Esta mujer de la pintura lo representa. El volumen de unas 300 páginas, prácticamente intonso, tenía un retrato de Carvalho en la solapa. Era un hombre de rasgos definidos, con una expresión a un tiempo adusta y cercana. Su mano levantada invitaba a la contemplación de su tierra brasileña. Devolví el volumen a la estantería y dimos un paso adelante al jardín.
Kunshan
Esa tarde me contaron anécdotas sobre la natación, todas debido al seguimiento del deporte por el hijo. En la natación —explicaron, al tiempo que preparaban la vajilla del té—, el cuerpo opera como una máquina inteligente. Mediante la técnica, ahorra energía y facilita un desplazamiento eficiente. Carece de importancia la fuerza de los brazos y piernas, del torso, abdomen, pecho, si la fuerza no se encuentra inserta en un movimiento armónico, que favorezca el paso del agua por los puntos de apoyo para conseguir deslizarse sobre el agua. Por eso, los nadadores ejercitan la técnica diariamente. Cuentan con ejercicios específicos, para la brazada, la patada, la respiración. Levantan los codos en el estilo libre, clavar las palmas de las manos comenzando con el dedo índice, a las once y la una del reloj imaginario en torno al cuerpo. En el estilo de mariposa, la patada comienza desde la cadera, con un ritmo de dos patadas por brazada.
Yo me declaré ignorante del rubro. Además, en su idioma no cuento con el mismo vocabulario del que dispongo en español. Eso me obliga a comunicar conceptos sencillos, las más de las veces. Cité a Ian Thorpe. Sí, Ian Thorpe —asintieron ellos—, Kieren Perkins, Daniel Kowalski, Michael Phelps. Pero antes de ellos, Alexander Popov, que sin levantar la voz instruyó bien a Gary Hall Jr. A la par de Popov, otro ruso, Pankratov —aquí su consorte lo ayudó a recordar el nombre—, Denis, Denis Pankratov. Si vamos más atrás, podemos citar a Anthony Nesty, bien conocido en los Estados Unidos, Martín López-Zubero, Pablo Morales, o más cerca, Ranomi Kromowidjojo, Susie O’Neill, Katie Ledecky.
En ese punto de la conversación, degustando unas pastas de la región este de la provincia Jiangsu, vi que no podía aportar nada a la trama acuática. Me limité a escucharlos y asentir, hasta que me vino una pregunta a la mente. ¿Por qué no han mencionado a ningún nadador chino? —les pregunté. Ellos se espantaron de mi ingenuidad. Pues a qué otro nadador te referiríamos, si no fuera a nuestro propio hijo.
Nanjing
El viaje de vuelta a Nanjing lo hice con el libro de Raimundo Carvalho en el regazo. Puse en el reproductor del teléfono a Sergio Mendes, con canciones como «Meu mundo é una bola» y «A tristeza do adeus». Por su parte, el bibliófilo chino y su consorte odontóloga encontraron otro libro en el sofá del salón —no dije que se trataba de un obsequio; simplemente, lo dejé fingiendo descuido—. Me enviaron un mensaje por WeChat. Les respondí que perdieran cuidado, que lo hojearan. Yo sabía que a ella le gustaba la novela policiaca. El libro está ambientado en la Italia, España, Nueva España, del siglo XVI. Aborda la historia del hurto de un volumen de poesía de la Biblioteca Apostólica Vaticana, que fue a parar a México, específicamente a Cuernavaca, o Michoacán, en la biblioteca de Juana de Zúñiga.
Cuando uno de los primeros misioneros españoles en el Nuevo Mundo leyó el volumen, encontró claves que aludían a una posible relación sentimental de Cristóbal Colón con otra persona a quien no citaremos aquí, para no robar la sorpresa de la lectura. En una carta a Zumárraga, o Vasco de Quiroga, el misionero comunicó los conceptos a los religiosos, quienes en una misiva de vuelta mostraron su parecer a favor de la hipótesis. El libro tiene por autor a una joven promesa mexicana, a quien propios y extraños —como resulta frecuente en el mundo— le han puesto trabas en su camino literario; trabas que, sin saberlo, lo han convertido en una persona experimentada.
Al llegar a casa en Nanjing, dejé la poesía de Raimundo Carvalho en la mesa de centro. Solté las llaves en el mismo lugar de siempre. Encendí una bombilla. Antes de abrir la nevera, guardé los ensayos de mis estudiantes en el portafolios. También metí el Códice De la Cruz-Badiano en una caja para llevarlo al aula al día siguiente. En clases, miraríamos que podría emparentar el códice con otro códice “similar”, de Luigi Serafini, Codex Seraphinianus. En el terreno de la semiótica, como saben los pocos lectores de nuestra columna, la configuración de los signos corresponde a una convención social que puede caminar por el sendero oficial conocido, o por uno paralelo, concertado por un círculo de amigos.
Bebiendo un vaso de leche, vi el lucero acostumbrado de la ventana, rutilando como acostumbra, en lo alto de la montaña atrás de la universidad. Recordé, no sé por qué, la poesía de Angel María Garibay, sobre los árboles. En un terceto dedicado a un ahuehuete, dice que los árboles avanzan. Yo congenio con él. Caminan, a su manera. Lo hacen en su contexto de siglos, milenios, de vida. El ser humano, reducido a décadas, lustros, no alcanza a ver demasiado. Acaso, dispone de la intuición, cuando no carece del sentido común, que le permite atisbar lo no sabido.
A esa altura del curso de los pensamientos, había apurado otro vaso de leche con café. En Rednote había publicaciones interesantes de un establecimiento en la calle Xinmofan Malu, Bloom. Pensé qué podría darme una vuelta cualquier día de diciembre. Las demás notificaciones, que no eran del trabajo, las dejé sin contestar. Estiré el brazo y tiré de la cadena de la lámpara del buró.
Coda
Dejemos a J. A. Laomao entretenerse con sus estudios, o su sueño. Nosotros, por ahora, minimicemos el zoom de nuestros dispositivos digitales para alejarnos de Nanjing, China, Asia, y volver a Europa, España, Salamanca, o América, México, Veracruz. También, tengamos cuidado de no hacerlo mientras caminemos por la calle: apenas ayer me tocó ver a un chico que por no despegar la mirada de su dispositivo inteligente dio un paso en falso que lo hizo mover la cabeza. Por ahora, entonces, escribamos fin.
torres_rechy@hotmail.com