OPINIóN
Actualizado 26/11/2025 07:54:53
José Luis Puerto

Nos gustan los poetas verdaderos, aquellos entregados en su retiro, en su territorio (llámese Trasmoz, llámese Ávila, o como se llame), a su labor creativa y existencial; a existir en ese territorio del espíritu, que es, al tiempo, humano, verdaderamente humano. A su labor, lejos de los focos, de los primeros planos, en esa sociedad del espectáculo (Guy Debord) en la que nos obligan a estar, tan devoradora.

Fernando Romera (Ávila, 1967) es un poeta verdadero. Sigo su poesía y su creación desde aquel lejano y hermoso Profanación del agua. Ahora nos entrega La lógica del árbol que albergó a las aves (La Jungla de las Letras, im-verso // poesía // 03, 2025), un poemario con treinta y nueve textos poéticos, estructurados en cuatro partes (no olvidemos la magia de este número).

A través de un decir armonioso, sereno, clásico dentro de la contemporaneidad, contemplativo, con rasgos cósmicos, paisajísticos, existenciales, metafísicos… y a través de una emotividad que se hace casi meditación, Fernando Romera utiliza la poesía como un rito de purificación.

'Purificare' nos indica un poema. ¿Qué pretende el poeta? ¿Para qué ejercita su voz? ¿Cuál es su finalidad? Nos responde él mismo: “para las cicatrices, / el bálsamo del Verbo, la palabra / que sopla suavemente en nuestras llagas / el escozor del tiempo”.

La palabra poética, el verbo, el decir como bálsamo, para apaciguar el dolor de esa herida que llevamos siempre abierta en nuestro existir.

Y, utilizando la rama de oro de una palabra balsámica y apaciguadora, el poeta establece una cartografía en la que aparecen, esparcidos por aquí y por allá, la rosa que busca lo alto, la lamparilla de aceite para los difuntos, la constancia del amor, “el camino sin vuelta”, “los balbuceos de la noche”, la memoria de algún sueño de la niñez, el frío… y, en fin, otros muchos signos que habitan, de modo muy hermoso los poemas.

La luz es un símbolo omnipresente en el poemario, como también los pájaros y sus vuelos, que trazan un silabeo que hemos de saber descifrar, así como el árbol, ya presente en el título.

Y todo es un decir para darnos señales, para revelar el “otro lado”, esa realidad velada, esa segunda realidad de que hablaran los románticos y los simbolistas. Ese otro lado se puede revelar a través del decir poético, porque, como el propio poeta indica: “Se revela el secreto en la palabra”.

Pero hay claves que no se nos deben escapar. Así la piedad y el amor hacia los seres próximos. Así, la atención al padre, enfermo, ante el que el poeta “Siento / un dolor que no entiendes ahora tú, / que comprendías todo”.

Algunas claves de religiosidad que aparecen, por ejemplo, en “El vino en Caná de Galilea”; o en “Transubstanciación”, que expresa el misterio del pan hecho cuerpo a través de un hermoso verso de cierre: “alguien parte una hogaza y todo es cierto”; o en “Kairós”…

Es muy hermoso también, y muy simbólico, el poema sobre la mesa como resumen del existir, “porque en ella se sucedía el mundo”.

Los sentidos, muy presentes también en el poemario actúan como itinerarios, como transportes hacia el mundo del espíritu: la luz (“un manto de luz”, “Hay una luz enorme por los sotos”), los tintineos, los trinos, los aromas (“Me acuerdo de un perfume por el campo”).

Y las creaciones humanas, como la música (Arvo Pärt, John Taverner) o el arte (Henry Ossawa Tanner y su cuadro sobre la Anunciación; el mítico Joseph Beuys…), también le sirven al poeta como transmisores de revelación e iluminación de esa segunda realidad a cuya revelación aspira el poeta a través de la palabra.

Pero todo lo dicho hasta aquí son meras sugestiones, para tratar de dar noticia de una poesía balsámica, que sigue una vía iluminativa (estamos ante un poeta de Ávila, la tierra de nuestros grandes místicos), que actualiza en sus versos de modo muy contemporáneo, para revelarnos nuestro estar en el mundo e indicarnos que la palabra poética es eficaz para apaciguar la herida del existir que todos llevamos siempre abierta.

Nos gustan los poetas verdaderos. Fernando Romera es un poeta verdadero. Otro de los espirituales, de los que en este tiempo venimos hablando.

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