CULTURA
Actualizado 28/11/2025 11:54:13
Charo Alonso

La autora publica en la editorial palentina “Menos cuarto” un magnífico libro de relatos

Conocí a Reina Roffé en un congreso de literatura hispanoamericana. Ella presentaba un espléndido libro de entrevistas a importantísimos autores, Conversaciones americanas, que reflejaba un conocimiento profundo y cercano a la literatura contemporánea. No es habitual que una narradora y ensayista de fuste dedique tantos esfuerzos a la obra de los otros, pero esta autora nacida en Buenos Aires que vive en Madrid, ha trabajado como periodista, dado cursos de literatura y realizado labores de gestora cultural. Maestra de escritura creativa y sobre todo, narradora que ha ganado becas Fulbright y Antorchas de Literatura, así como numerosos premios a sus primeras novelas, nuestra autora vive desde siempre intensamente la literatura.

Reina Roffé practica la narrativa extensa y el relato con la misma soltura, y su entrega a los otros ha dado frutos tan hermosos como el ensayo dedicado a la biografía de Juan Rulfo o su visión de uno de los amores de Federico García Lorca. Siempre activa en el panorama literario, nos sorprende ahora con un libro de relatos muy bellamente publicado por una editorial nuestra, castellano y leonesa que acierta con esta portada en la que una mujer mira por una ventana, el rostro oculto, la mano apenas detenida, un blanco y negro iluminado por el violeta del feminismo. Vivir entre extraños es un libro hermoso en su forma y tremendamente sincero en su subtítulo “Relatos de soledad y desarraigo”, porque estos son precisamente relatos en los que la autora indaga en esa sensación que flota entre dos realidades, la argentina y la española que pueden confundirse con la biografía de la propia Roffé ¿Hay autobiografismo en estas historias? La respuesta es sumamente reveladora: “El acto de escribir es siempre un acto de creación”.

Es este libro un conjunto de teselas que, salvo en un relato en el que aparece la tercera persona, puede verse como un mosaico, una novela. Cada episodio, cada relato es independiente, pero a medida que avanzamos en la lectura, la voz calmada, sosegada, extrañada, de la narradora, se vuelve una constante, incluso esa amiga en la que se refleja como en un espejo de identidades, Ángela, se repite en varios relatos. Cuentos que hablan de desarraigo, extrañamiento, familias en las que hay “bandos, había bandos fanatizados en la familia como en el país”. Madres que no aman a las hijas e hijas que se esfuerzan por mantener los lazos. Lazos que amarran pese al océano que separan a la protagonista de sus recuerdos, sus espacios, esos en los que surgen las voces del pasado, la evocación, la escritura. Una escritura calmada, que dice más de lo que expresa, que indaga en la psique de una mujer observadora que consigue sobreponerse a su sensación de extrañamiento mientras se deja llevar por la vida.

Una vida que, incluso, la lleva a la ciudad de Salamanca. Tiene la prosa de Roffé una cualidad realista, casi fotográfica que se desliza por los espacios deteniéndose en el detalle. La protagonista, la voz que recorre los diferentes cuentos, visita Peñaranda, recorre Salamanca y termina con un gesto que sorprende al lector. Es el pequeño quiebro que une la narrativa de la autora con Cortázar, esa sorpresa en medio de la cotidiana sucesión de los gestos. Ese quiebro que se hace, con una cena de nochebuena, todo un abismo. “La familia de Ángela” es quizás el relato más definitorio: acogida en la mesa de su amiga, la extranjera, la extraña, lo es aún más, pero que nadie se engañe, para Roffé son más extraños y extranjeros aun los que viven en esta casa, “en las casas de familia siempre hay una puerta condenada que disfraza y lo falsea todo”. Eso sí, a diferencia de ellos, la autora se levanta a escribir sobre ello al día siguiente.

Cuenta Reina Roffé que es precisamente este último relato uno de los más recientes. Otros son más antiguos, pero todos se engarzan perfectamente y el último de ellos cierra con el primero. La protagonista se queda dormida en el sillón donde su madre, en el relato inicial, pasa sus horas. La madre feroz piensa en la muerte, y la hija es, por fin, capaz no solo de soportarla, sino de entenderla. Una hija que evoca instantes también infelices, contagiada quizás de la nostalgia por una casa que ahora visita. España y Argentina, raíces que se llevan a la rastra y que siempre están presentes, como una sombra. La sombra que nos hace vivir entre extraños siendo una extraña, como si lo hiciéramos a través de la ventana de esa portada fantástica. Y el libro, en su estructura perfecta se convierte en raíz, la de una autora que habita la literatura con una bellísima calma.

Charo Alonso.

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