La infancia, una palabra que para algunos significa mucho, para otros poco, y en otras ocasiones es indiferente.
La semana pasada empecé una nueva etapa, y estoy teniendo la oportunidad de conocer gente nueva, gente con éxitos, con fracasos, pero sobre todo, gente con historias por contar. Digo sus historias porque, en una clase dedicada absolutamente al storytelling, cada alumno contó la historia de su vida. Sin embargo, hubo una que tocó el corazón. Uno de los chicos empieza hablando de que tuvo una infancia que recuerda feliz. La historia empezaba muy bien, y me parecía que iba a ser una historia feliz. Pero dio un giro. Cuando era pequeño, sus dos padres fallecieron por una enfermedad. Malditas enfermedades, pensé, y pensamos todos. Tuvo la suerte de tener a sus abuelos, que se hicieron cargo de él y de su hermano, aún más pequeño.
Tenía los suficientes motivos para lamentarse toda su vida y hundirse, pero no fue así. Me impresionó cómo alguien tan pequeño podía sacar la actitud suficiente para hacer frente a una vida sin padres. Y me dio por pensar en todos los niños que se han podido encontrar en una situación parecida, e incluso peor.
Lamentablemente, esta es una historia de muchas, y no nos hacemos a la idea de cuánta gente ha pasado por cosas de este calibre. Cosas que, los que hemos tenido la fortuna de haber vivido una infancia feliz, ni nos llegamos a plantear. Pero sí suceden. Suceden cosas incluso peores, y si no lo crees, tan solo tienes que ir a países en guerra, en hambrunas, o lugares donde, aunque sorprenda, los niños no tienen derechos a los que aferrarse.
Supuestamente, existen un conjunto de normas que deben proteger al menor, garantizando que crezcan en unas condiciones dignas, con acceso a la educación, sanidad, y protección contra el abuso y la discriminación. Este chico, por lo menos no sufrió ninguna discriminación, porque fue fuerte. Pero perfectamete, hoy en día le podría haber pasado. Estos derechos incluyen también el derecho a la vida, al desarrollo integral, a la vida en familia. Quizá su historia no ha sido un antes y después en el tema de la infancia, pero deberíamos plantearnos la cantidad de personas que han vivido situaciones horribles y han podido tener una vida digna, y los que no.
En Cáritas, tratamos de reconducir cada historia, intentando llegar a todas. Desde niños que sufren situaciones como la ya narrada, hasta lo peor que nos podemos imaginar. Apostamos por la prevención con un código de conducta propio; damos formación a las personas involucradas en la labor educativa, para detectar actuaciones violentas y prevenirlas; cuidamos los espacios cotidianos para que sean espacios seguros donde un niño, niña o adolescente pueda vivir en comunidad; y establecemos protocolos de actuación eficaces.
Igual esta historia no es la peor de las existentes, pero sí espero que, si has tenido una infancia feliz, te haya hecho reflexionar sobre qué puede ser peor que perder a tus dos progenitores siendo tan pequeño. Por ello, te invitamos a colaborar con nosotros para que, dentro de todas las posibilidades, ayudes a ese niño, juegues con él, le des cariño, y le intentes conseguir una vida mejor.
Clara Ravelo, voluntaria de Cáritas Salamanca