OPINIóN
Actualizado 20/11/2025 07:53:35
José Luis Puerto

Federico García Lorca es el escritor español contemporáneo más conocido y reconocido en todo el mundo. Es, al tiempo, el español más universal en el ámbito de la cultura contemporánea.

El gran y, por desgracia, más desconocido de lo que debiera, Ángel Álvarez de Miranda, historiador de las religiones, que moriría muy joven, casi recién ganada su cátedra en la universidad madrileña, indica que, en toda la obra de Lorca, late ese sustrato de las antiguas religiones naturalistas contemporáneas. Y lo mismo ocurre también con Miguel Hernández, que acarrea ese sustrato religioso y mítico en toda su poesía.

Federico García Lorca, junto con Eduardo Ugarte, con el auspicio del gobierno de la Segunda República, particularmente del ministro de Instrucción Pública Fernando de los Ríos, y con el asesoramiento de Pedro Salinas y de Américo Castro, pusieron en pie “La Barraca”, que recorrió los caminos de España, de la España rural, aunque también de las ciudades, para representar, de un modo moderno, el teatro clásico español.

Un grupo entusiasta de estudiantes universitarios, dirigidos por Lorca y Ugarte (Lorca siempre fue el alma de “La Barraca”, que lleva la impronta de su genio), con decorados creados por grandes artistas jóvenes de entonces (Benjamín Palencia –que crea, al tiempo, el anagrama de la compañía universitaria, con la máscara y la rueda– Alberto, Norah Borges, José Caballero, Manuel Ángeles Ortiz, Ramón Gaya, Alfonso Ponce de León y otros, recorre, en unas camionetas “los campos y las ciudades de España”.

¿Por qué? El propio Federico García Lorca nos da la respuesta: “El teatro, para volver a adquirir su fuerza, debe volver al pueblo, del que se ha apartado… El teatro es además cosa de poetas… Sin sentido trágico no hay teatro… Y del teatro de hoy está ausente el sentido trágico… El pueblo sabe mucho de eso…”.

Y esos poetas y estudiantes utópicos llevan nuestro teatro clásico, desde 1932 a 1936, por todos los caminos de España, porque forman parte –y Federico García Lorca lo expresa con claridad y con entusiasmo– de “esta hermosa hora de la nueva España”. Una nueva España en la que el pueblo es el protagonista.

Y, así, difunden y escenifican en plazas y en teatros, entremeses de Cervantes, pasos de Lope de Rueda, la Égloga de Plácida y Victoriano de Juan del Encina, Fuenteovejuna de Lope de Vega, el auto calderoniano de La vida es sueño, El burlador de Sevilla de Tirso de Molina… y, en la que llaman fiesta del romance, la escenificación, con intensa recitación por parte del propio Lorca, de La tierra de Alvargonzález, el sobrecogedor romance de Antonio Machado, inserto en Campos de Castilla (1912).

Hoy todo ese mundo lorquiano y republicano, que soñó una nueva España, vuelve hasta nosotros, a través de unas imágenes cinematográficas inéditas, en las que vemos al propio Federico García Lorca interpretando el papel de la Sombra (envuelto en una gasa negra, semitransparente) en el auto de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, y en la que lo volvemos a ver, junto con otros dos compañeros, asomado tras el cristal de un coche en marcha, que recorre una carretera polvorienta, para llevar nuestro teatro clásico al pueblo, a los campesinos.

Ha descubierto tales imágenes el director Manuel Menchón (para preparar su documental La voz quebrada, que se estrenará en 2026), en la casa de la familia Menéndez Pidal, dentro de una lata.

"Cuando abrimos la lata del fotoquímico, que era de los años 20, y vimos el rostro de Federico mirándonos, fue un escalofrío”, indica el propio director, descubridor de la cinta. Un descubrimiento de gran valor, ya que, de Federico García Lorca no ha quedado grabada ni documentada su voz, y apenas existían de él imágenes en movimiento.

Un nuevo hallazgo visual, muy valioso, para seguir documentando nuestra “edad de plata”.

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