OPINIóN
Actualizado 22/11/2025 09:40:18
Francisco Aguadero

Cincuenta años de democracia, 50 años de la muerte de Franco, medio siglo de restauración de la Monarquía. Son muchas efemérides a evocar, juntas y relacionadas entre sí, aunque habría que matizar algunas fechas. Todas responden o han contribuido al gran cambio que ha supuesto la modernización de España en las últimas cinco décadas.

Cincuenta años no son nada en el devenir de los tiempos, pero pueden ser trascendentales para una sociedad cuando hay voluntad de cambio y se tienen en cuenta los hechos históricos que afectan a los ciudadanos. Han pasado 50 años desde la muerte de Franco y tal efeméride reaviva el debate sobre su consideración y evocar esta fecha como aniversario, conmemoración, celebración, cierre o apertura de etapas es este nuestro gran país, que es España.

Desde el respeto a todas las formas de pensar, para nosotros se trata de medio siglo tras la muerte de Franco, se trata del inicio de la recuperación de las libertades y del ejercicio de una democracia plena, aunque imperfecta como todas las democracias, pero no por ello deja de ser la mejor forma o la menos mala de gobernanza de las sociedades, afirmación esta en torno a la cual hay un amplio consenso político, jurídico y social, extendido y asumido a lo largo de los tiempos y de todas las latitudes. Por ello, aquí trataremos las últimas décadas bajo la perspectiva de 50 años de democracia, sin perder de vista las obligadas referencia a Franco con cuya muerte se abrió el paso a una convivencia democrática y en paz.

Oficialmente Franco murió el 20 de noviembre de 1975 en una cama de hospital, rodeado de una familia preocupada por lo que pudiera ocurrir. Aunque esperada, la noticia no dejó a nadie indiferente. Hubo reacciones de todo tipo. Había colectivos que vivían cómodamente asentados en el franquismo, especialmente tras el plan de estabilización de 1959 que mejoró el nivel de vida y, para ellos, la muerte del dictador significaba una gran pérdida. En otros sectores que sufrían directamente la acción represiva del régimen se “brindó con champán” la caída del caudillismo. Y, para todos en su conjunto, significaba la esperanza y posibilidad de recuperar derechos y libertades.

Para una gran parte de los historiadores y para la historiografía contemporánea el general Franco, coetáneo de Hitler y Mussolini, había dirigido nuestro país durante casi cuarenta años como un dictador con dureza, astuto y con los tiempos muy a su favor.

Pero con la muerte de Franco no se recuperaron súbitamente las libertades. El franquismo estaba lo suficientemente fuerte como para enfrentarse al antifranquismo efervescente. A mediados de los setenta aún se oía el eco de aquellas palabras pronunciadas por Franco en su discurso televisado de la Nochevieja de 1969: “todo ha quedado atado, y bien atado”. Para unos aquellas palabras fueron traicionadas, dados los grandes cambios que se sucedieron después, para otros, es la sombra alargada del general que se proyecta hasta nuestros días.

Algunos pensamos que tampoco la muerte Franco trajo el principio de la democracia, aunque sí podemos decir que se abrió la puerta a ella. La democracia en España no llegó por arte de magia ni caída del cielo en forma de maná, se la ganaron los españoles con sus luchas en las zonas industriales, en las empresas, en las instituciones, en las revueltas estudiantiles y en las manifestaciones callejeras. La presión social por los derechos y las libertades fue entendida y escuchada por algunos dirigentes aperturistas del régimen, entre ellos, el recién nombrado rey Juan Carlos I, Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suarez, un trio fundamental en el gran cambio con el que comenzó la modernización de España.

La transición española fue un modelo de admiración y alto reconocimiento universal, fuente de inspiración por su forma de llevarse a cabo. El autor intelectual de la Ley para la Reforma Política fue Torcuato Fernández Miranda y su estrategia resultó fundamental para "ir de la ley a la ley", esto es, utilizar el marco legal franquista para desmontarlo desde dentro y construir la democracia sin abandonar el marco legal. La Ley para la Reforma Política fue aprobada por las Cortes franquistas y ratificada en referéndum por el pueblo español el 15 de diciembre de 1976, abriendo el camino a las elecciones generales de 1977 y la posterior Constitución de 1978.

Quienes sufrieron el franquismo saben que la democracia no es fácil de construir, pero que es relativamente fácil de destruir, cosa que, tal vez, ignoren quienes hoy no toleran las posibles imperfecciones de aquella y contemplen un regreso al autoritarismo. Tras revisar los últimos 50 años de convivencia puede que se vean con mayor nitidez las razones de defender la democracia, codo con codo, apostando por su fortalecimiento como la mejor forma de apostar por el futuro. La España joven, los jóvenes, no deberían olvidar que son hijos de la democracia más que de aquella monstruosa y mal llamada guerra civil, porque de cívica tuvo muy poco.

El 20 de noviembre de 2002, el Congreso, sede de la soberanía popular, aprobó por unanimidad, con la totalidad de los votos a favor de los diputados presentes, sin ningún voto en contra ni abstenciones, una condena del golpe de Estado de 1936, hizo un “reconocimiento moral” a quienes “padecieron la represión de la dictadura franquista” y prometió ayudas para reabrir las fosas comunes. Cuando se cumple medio siglo de la muerte de Franco y en plena época de los bulos y las noticias falsas, lejos de que aquella afirmación esté asumida, un creciente revisionismo histórico intenta reescribir el relato de la dictadura y relativizar sus acciones.

Según el último barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) la figura del dictador sigue presente en el debate público. Más de un 21,3 % de los españoles considera que los años del franquismo fueron "buenos" o "muy buenos", y casi un 20 % de los jóvenes nacido y crecido en democracia (de entre 18 y 24 años) valoran positivamente la dictadura. Parece que los españoles nacidos en este dulce medio siglo de democracia no saben qué es vivir sin derechos ni libertades.

Tal vez por ello, por la falta de experiencias, casi una cuarta parte de los jóvenes cree preferible un sistema no democrático, según una encuesta monográfica del instituto 40dB. para EL PAÍS y la Cadena SER. El sondeo ofrece datos sobre qué saben y qué piensan los españoles del golpe de Estado y la dictadura franquista, la Transición y las leyes de memoria histórica. Al respecto, el 87,4 % de los más jóvenes saben quién era Federico García Lorca, pero casi la mitad, 48 %, ignora que fue asesinado por los franquistas, es un ejemplo.

Sin duda, en el repunte de simpatía de los jóvenes hacia las dictaduras (porque esto es un fenómeno extendido recientemente por muchos países) hay una falta de pedagogía por parte de quienes las vivieron y de las administraciones públicas, sobre lo que significan. Parece que una parte de las nuevas generaciones que nacieron en la democracia, no son conscientes de lo que supondría la pérdida de la libertad de la que gozan en la democracia.

Todos deberíamos tener presente el pensamiento del filósofo George Santayana, resumido en aquello de que “Recordar los errores del pasado ayuda a no repetirlos”.

Les dejo con Cecilia y Mi Querida España:

https://www.youtube.com/watch?v=XDK5JHhhM0I

Aguadero@acta.es

‌© Francisco Aguadero Fernández, 21 de noviembre de 2024

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