Ayer me llené de belleza viendo una exposición de porcelana de Dehua.
Nunca me ha gustado dejarme llevar por ideas preconcebidas, porque estrechan nuestra capacidad de visión, pero he de confesar que, sobre la porcelana china, imperaba, sí, una imagen de finos jarrones y juegos de café, traslúcidos, de profusas decoraciones, pero también de budas y dragones de basta cerámica de mercadillo.
Nada más lejos de lo que vi.
Es un material de tal pureza, que sorprende por su limpio acabado e impecable aspecto. Tanto, que su superficie parece que nos invitara a deslizar nuestros dedos por los objetos realizados con dicha materia prima. Y, aunque nuestras manos no los toquen, se diría que nuestros ojos pueden sentir esa caricia, la tersura de ese resultado final.
Por si fuera poco, la porcelana de Dehua es de tal blancura, que conmueve, y esta cualidad le confiere, además, un halo atemporal. Junto a los jarrones de perfectas formas decorados con flores de pruno y a las tazas casi transparentes, coexisten figuras de mujeres de distinta edad de tal exquisitez que emociona.
Sus posturas corporales, la delicadeza de sus manos y dedos, la serenidad de sus rasgos faciales, nos transportan a otra dimensión. Incluso los pliegues de sus ropajes cayendo por efecto de la gravedad sobre sus cuerpos, parecen ser etéreos tules que definen las líneas de sus figuras y se deslizan como si fuera lava adaptándose a sus contornos.
De elegante diseño, de refinada hechura, de reposadas formas, de calmada quietud, la cerámica de Dehua capta mi atención, mi atenta mirada, que se siente impregnada por el buen hacer de sus artesanos y me lleva a realizar un viaje por la imaginación del largo proceso que, se intuye, hay detrás de cada obra. La emoción que origina su concepción, su diseño, seguramente esbozado primero en papel y posteriormente trabajado a ordenador, sus correcciones, su modelado, su especial cocido en una atmósfera libre de ciertos pigmentos para que no oscurezca tan puro material, en ocasiones su pintado con el requerido y primoroso esmero…
Cada pieza es única, exclusiva, distinguida, selecta, delicada, sutil, primorosa, y da cuenta del valor estético (y, seguramente, pecuniario) de esta finísima porcelana tan llena de eternidad.
Mercedes Sánchez
La fotografía es gentileza de José Amador Martín, a quien se la agradezco.