Nos sorprende la lluvia a los mesetarios de secarral y agosto ardiente, la lluvia que esponja la tierra y hace correr los ríos montaña abajo para que recordemos la crecida en las páginas de una novela escrita con el ansia del torrente. Tiene Pilar Fraile ecos de su tierra de berrocal y río sin remanso y así es su prosa en este título suyo de las leyes de la caza, un cauce desmedido de talento que corre con la libertad y la belleza de lo agreste. Eso que no se puede contener en el neorruralismo que ahora nos rodea como un deseo de moda que nos empuja a salir de la ciudad y conquistar el campo. Ese campo que siempre fue feroz en su tarea, en su intemperie. Llueve y la humedad recorre la casa vieja, empapa la teja árabe que se asienta sobre un tejado de madera que gime sobre las paredes de adobe. El mes de noviembre es oscuro y triste a las seis de la tarde en el pueblo que los citadinos añoran y en la sierra de nuestros anhelos, la soledad son los puntales de los muros que se inclinan en las estrechas calles para no estar solos, rumor de agua y escalones de piedra donde anidan las macetas, verde sobre verdín, y aún más verde.
Aún guardamos la caricia del musgo sobre las rocas y los troncos. La carretera sinuosa por donde el otoño ensaya su paleta de ocres, su pequeña visión de la Toscana nuestra más allá de la tierra del cereal y la dehesa de encinas centenarias. Y la ciudad, a la vuelta, deja entrever su luminosa cualidad amontonada de todo lo bueno, calma pero coches que se hacinan en las rotondas, calle provinciana pero concejales dispuestos a sembrar de mesas el deambular del caminante sosegado. Buscamos un espacio dónde recuperar lo que ansiamos y ni siquiera en nuestra casa, prisa y trabajo, obligación y cuidado, hallamos el descanso.
Vivimos un tiempo de crecidas incluso cuando no llueve y el azul frío de esta meseta nuestra nos estira los días luminosos de un invierno de cencellada temprana. En los cauces del terraplén que da a las vías, compruebo a las ocho de la mañana si ha helado o no sobre los brotes verdes de este lugar para los gatos callejeros. Las mañanas tienen una cualidad recién estrenada que vamos desgastando a medida que pasan las horas. Y llueve otra vez sobre el asfalto que se llena de coches de luces mortecinas, y pasa la semana y hasta tenemos deseo de campo mientras el pueblo se deja mecer por un rumor de agua y humo de quien pone la chimenea sin preguntarse si es bueno dejar la ciudad y retirarse a la calma. Noviembre tiene esta cualidad nostálgica para removernos el cisco del corazón cuando buscamos el refugio de lo eterno.
Charo Alonso / Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.