Este aventurero, que ha sobrevivido a un atraco a punta de pistola en Brasil y a una caída a las aguas del Ártico, ahora se prepara para escalar una cumbre de más de 7.000 metros.
Hay personas que buscan la calma y otras que necesitan el caos para sentirse vivas. Chema Sánchez, un empresario de 43 años afincado en Carbajosa de la Sagrada, pertenece sin duda al segundo grupo. Su vida es una dicotomía constante: gestiona complejos de ocio en Salamanca y León durante tres meses al año para poder pasar los nueve restantes persiguiendo el peligro, la incertidumbre y la aventura en los rincones más remotos del planeta. Ya ha pisado 131 países y está a punto de sumar el 132 a una lista que parece no tener fin.
“Siempre he sido increíblemente inquieto, un TDH no diagnosticado”, ha confesado Sánchez. Esa curiosidad insaciable le llevó a sentir que su barrio, su ciudad y su entorno se le quedaban pequeños. Con 16 años y su primer sueldo como informático, tomó una decisión que marcaría su destino: compró un billete de avión a Londres. Con la inocencia de la juventud, metió una tienda de campaña en la maleta con la intención de plantarla en medio de la ciudad. “Evidentemente, cuando llegué allí a montarla, me dijeron, ¿de qué va usted? Saque usted su tienda de campaña de aquí”, ha recordado entre risas. Esa experiencia, lejos de desanimarle, fue una revelación. “Aquella situación de salirme de mi zona de confort fue lo que me maravilló, y dije, yo quiero esto para toda mi vida”.
Lo que empezó con interraíles y viajes por Europa pronto se convirtió en una necesidad de explorar otros continentes. Para financiar esta pasión, Chema cambió el rumbo de su vida profesional. Dejó la informática, se mudó de Madrid a Carbajosa y montó un negocio de karting, paintball y humor amarillo en Cuatro Calzadas, y posteriormente otro en León. Con un equipo de confianza, liderado por su hermana, ha logrado el sueño de muchos: trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Esta estructura le permite pasar ocho o nueve meses al año con la mochila a cuestas. Pero insiste en que el dinero no es una barrera insalvable. “He estado sin dinero y con dinero, y he viajado exactamente igual, con mi mochila, hoteles humildes, comida de supermercado…”, ha asegurado. De hecho, una de sus anécdotas más recordadas es de sus inicios en Noruega, donde se quedó sin fondos y sobrevivió comiendo los bordes de pizza que encontraba en las pizzerías. “Al final, los peores momentos son los mejores, lo que mejor recuerdas”.
Una de las experiencias que más agrada a este aventurero es encontrarse solo con la naturaleza, por ejemplo, recientemente en el desierto de Tassili, en Argelia, donde pasó siete días. "El sentimiento de paz y de libertad es impresionante. He estado absolutamente solo, sin Internet, sin WiFi, sin agua, sin baño, sin ducha, sin cama, cocinando en la arena... y claro, la gente no lo entiende. Al principio puede ser un poco incómodo o extraño, pero luego es pura libertad, es impresionante. Son experiencias un poco duras, no te lo voy a negar, pero es alucinante".
Para Chema Sánchez, el viaje no es solo descubrir paisajes, sino ponerse a prueba. Es piloto de avioneta desde hace seis años, patrón de barco, buceador y aficionado a deportes de riesgo. “El miedo y el peligro me gustan. Cuando se me levanta el corazón, cuando me late muy fuerte, es cuando estoy a gusto”, ha afirmado. Y no le han faltado situaciones para demostrarlo. Ha relatado con una calma sorprendente cómo le pusieron una pistola en la cabeza en una favela de Brasil, un episodio que le dejó “descompuesto” pero que satisfizo su curiosidad por saber “cómo huele una favela”.
En el Congo, unos carniceros le amenazaron con un machete en el cuello, provocando una estampida. En el Polo Norte, se cayó a las gélidas aguas del Ártico al romperse una placa de hielo y tuvo que ser rescatado por sus amigos. “Me podía haber quedado allí con una hipotermia”, ha explicado. Estas experiencias, que para muchos serían traumáticas, para él son parte esencial del viaje. “Al final son los momentos que mejor recuerdo, no sé si es que soy masoca o que tengo algún chip fundido en la cabeza”.
Haber recorrido 131 de los 195 países del mundo le ha dado una perspectiva única sobre la vida y la felicidad. Ha reconocido que uno de los peajes de viajar tanto es que “la capacidad de sorpresa disminuye” y, lo que más le duele, haberse vuelto “inmune al dolor”. “Veo la pobreza y veo el hambre, y ya ni lo veo, es como si no existiese, como si fueran transparentes, y eso me da mucha pena”, ha lamentado. Sin embargo, también ha llegado a una conclusión profunda sobre la felicidad: “Me he dado cuenta de que los realmente infelices somos nosotros. El que es más feliz es el que menos necesita”.
Ha puesto como ejemplo a los niños en África, que juegan felices con un palo o una rueda, en contraste con la insatisfacción constante de Occidente. También ha desmentido el mito del hambre generalizada. “Eso de que el tercer mundo se muere de hambre es mentira. Es verdad que hay mucha desigualdad, no hay luz, no hay agua potable, pero ellos siempre tienen su arroz, sus verduras, sus frutas”. La verdadera tragedia, ha señalado, es la falta de recursos para la salud, como presenció en Etiopía, donde una familia con seis hijos dejó morir a un bebé enfermo porque el tratamiento de 300 euros significaba la ruina para los otros cinco. “Esto es el curso de la vida en África”, le dijeron.
A sus 43 años, Chema no tiene intención de bajar el ritmo. De hecho, sus próximos planes son más ambiciosos que nunca. En unos días vuela a Jamaica, a pesar de la amenaza de un huracán de nivel 5. De allí navegará a las Bahamas y luego a Miami. En diciembre escalará en los Alpes Julianos de Eslovenia. Pero el gran objetivo está fijado para el próximo año: escalar el pico Lenin, una cumbre de 7.134 metros en la cordillera del Pamir, entre Kirguistán y Tayikistán. “Es un objetivo ambicioso, ya que hay mucha gente que se queda ahí. Me da un poco de respeto, pero al final es lo que me llama, esa necesidad de salir de esa zona de confort”.
"A los viajes que son de riesgo intento llevarme a gente que sea un poco afín a mí en esos gustos. Luego hago viajes con amigos de todo tipo, del colegio, con gente con la que he trabajado, con mi pareja o con la familia, con la que intento hacer un par de viajes al año. Pero solo también viajo".
Esta forma de vida choca frontalmente con la idea de formar una familia. “Alguna vez he pensado tener hijos, pero, puf, pensar en esa rutina, me da escalofríos, me da vértigo”, ha confesado. “Soy muy egoísta con mi tiempo y no me imagino una vida de otra manera”, añade. Mientras el cuerpo aguante, su hogar seguirá siendo el mundo, un mapa lleno de deseos por cumplir y peligros por afrontar.
Puedes seguir sus viajes en su perfil de Instagram: @chemone8
Fotos de los viajes de Chema Sánchez por Uzbekistán, Argelia, Uganda y Chile.