OPINIóN
Actualizado 14/11/2025 09:46:12
Alberto San Segundo

Con los ecos aún recientes de la concesión del Premio Nobel de Literatura de 2025 al húngaro László Krasznahorkai, les traigo esta semana una espléndida novela, sin duda la más representativa de otro autor también galardonado, en 1961, por la Academia Sueca. Se trata de Un puente sobre el Drina, una obra maestra que Ivo Andric publicó en 1945, hace ahora ocho décadas.

Andric nació en Travnik, un pueblo de Bosnia que a lo largo de la historia de esa convulsa región centroeuropea perteneció, sucesivamente, al Imperio otomano, al austrohúngaro, a Yugoslavia y, por fin, actualmente, a Bosnia-Herzegovina. Esta compleja suma de influencias étnicas, religiosas, políticas, lingüísticas y culturales, tendrá su importante reflejo en una novela excepcional en la que el escritor entonces yugoslavo relata la magnética, enternecedora, en muchos casos terrible y siempre aleccionadora historia del legendario puente Mehmed Paša Sokolovi?, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2007, y que desde tiempos inmemoriales cruza el río Drina en la ciudad, hoy bosnia, de Višegrad, en un texto que rezuma melancolía, sensibilidad, tragedia, dolor, sabiduría, nostalgia, poesía, misticismo, filosofía, intensidad, bonhomía, simbolismo y humor, y que no puedo dejar de recomendarles con entusiasmo.

Estamos ante una de las obras más significativas de la literatura europea del siglo XX. Su relevancia literaria, histórica y simbólica se debe a la forma en que Andric logra entrelazar, en un único relato de gran amplitud temporal, las tensiones y las convivencias que marcaron la historia de Bosnia y Herzegovina a lo largo de cuatro siglos, desde principios del XVI hasta comienzos del XX con el estallido de la Primera Guerra Mundial. El puente de piedra sobre el río Drina se convierte en el protagonista colectivo de la narración, y en torno a él giran las historias de generaciones enteras de habitantes de la región. Y es que Višegrad -y, en general, la región y Bosnia entera-, situada en el corazón de los Balcanes, ha sido, desde la Edad Media, un lugar de tránsito, contacto y choque entre mundos: el cristianismo ortodoxo oriental, el catolicismo occidental y el islam otomano. Esta ubicación fronteriza confirió a Bosnia una identidad compleja, caracterizada por la coexistencia de comunidades distintas, con tradiciones, lenguas y religiones que, en ciertos momentos, convivieron de forma pacífica y, en otros, entraron en conflicto abierto. Es por ello por lo que ya desde su publicación, y más allá de su indudable calidad literaria, la novela adquirió una suerte de valor simbólico, representando el destino, tantas veces agitado, de los pueblos balcánicos.

Pero el libro no solo refleja la visión de Andric, sino que su voz apacible, comprensiva y humanista; su sobriedad narrativa, descriptiva y respetuosa con los personajes y sus vivencias; su muy notable capacidad de observación etnográfica, le han dado a su novela una densidad histórica que trasciende el marco estrictamente nacional o local. En este sentido, el puente sobre el Drina -en su doble consideración, la real del monumento “tangible” y la simbólica de la ficción- se ha convertido en una metáfora de la historia europea en su conjunto, marcada por la tensión -en un fecundo juego de dualismos que impregna el texto entero- entre tradición y modernidad; entre continuidad y fractura; entre permanencia y cambio; entre reacción y progreso; entre convivencia y violencia; entre tolerante multiculturalismo e identidad excluyente; entre pluralismo y uniformidad; entre abierta e integradora universalidad y particularismo reduccionista; entre confluencia en las semejanzas y exacerbación de las diferencias; entre la voluntad de coexistencia pacífica y la atávica tentación del enfrentamiento y la guerra; entre creación y destrucción; entre la hermandad y la “conllevancia” y el odio y la inquina seculares; entre, en definitiva, la fecunda y enérgica pulsión de vida y el no menos poderoso impulso de muerte.

Un puente sobre el Drina no se organiza como una novela tradicional con un protagonista central y una trama lineal, sino como una crónica coral que atraviesa cuatrocientos años de historia en una constelación de episodios unidos al puente. Todo lo que el libro narra sucede en torno a él, que permanece inmóvil, más o menos incólume frente al paso del tiempo, mientras generaciones enteras nacen, viven y mueren a su alrededor. En una algo esquemática síntesis, el libro atraviesa tres grandes etapas. La inicial narra la construcción del puente y el comienzo de su historia simbólica en el siglo XVI. El segundo período es el del dominio otomano y los cambios de la modernidad en los siglos XVII al XIX. Por último, hay una tercera fase de la novela en la que se pone al lector en contacto con la llegada del Imperio austrohúngaro y la irrupción del siglo XX, con la Primera Guerra Mundial como desenlace trágico.

Este recorrido cronológico se desenvuelve a través de una infinidad de episodios y relatos, todos ellos con la inmensa construcción como elemento central, y que, si bien pueden leerse como historias autónomas, adquieren pleno sentido cuando se integran en el flujo de la larga historia de la comunidad.

En particular, en el puente sobresale la kapia, una gran terraza ubicada en su corazón, que aparece como el escenario principal de la vida comunitaria. Allí se reúnen los vecinos para conversar, comerciar, discutir asuntos políticos, observar el paso del río o simplemente disfrutar de la compañía mutua. La kapia es, en la novela, el lugar donde se cruzan las historias, donde se transmiten rumores, donde se celebran acontecimientos y donde también nacen los amores y se presencian tragedias. A lo largo de los siglos, la kapia actúa como un microcosmos de la sociedad bosnia: en ella coinciden musulmanes, cristianos ortodoxos, católicos, judíos; hombres y mujeres de diferentes edades; campesinos, comerciantes, soldados, viajeros. En este espacio público se construye una memoria compartida que sobrevive a los cambios políticos y a las transformaciones históricas y Andri? nos la refiere en una narración con un extraordinario valor simbólico, repleta de personajes memorables, incluyendo profundas reflexiones sobre innumerables temas de valor universal, sosteniendo una apuesta ética implícita: la denuncia del poder arbitrario, la compasión por los débiles, el posicionamiento del lado de los que sufren. Y todo ello mediante un soberbio planteamiento narrativo, que conjuga la crónica histórica con la ficción literaria, lo que permite que la novela funcione a la vez como documento cultural, testimonio colectivo y meditación filosófica.

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Ivo Andric. Un puente sobre el Drina. Editorial Debate. Barcelona, 1999, Traducción de Luis del Castillo Aragón. 408 páginas. (descatalogado; hay diversas ediciones posteriores en otras editoriales)

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